Explicación, estudio y comentario bíblico de 2 Reyes 4:1-37 verso por verso
Entonces una mujer, que fuera esposa de uno de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo diciendo: — Tu siervo, mi marido, ha muerto. Tú sabes que tu siervo era temeroso del SEÑOR, pero el acreedor ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos suyos.
Y Eliseo le preguntó: — ¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa. Ella respondió: — Tu sierva no tiene ninguna cosa en casa, excepto un frasco de aceite.
Él le dijo: — Ve y pide prestadas vasijas de fuera, de todas tus vecinas, vasijas vacías; no pidas pocas.
Luego entra, cierra la puerta detrás de ti y de tus hijos, y vierte el aceite en todas esas vasijas. Y cuando una esté llena, ponla aparte.
Ella se apartó de él y cerró la puerta detrás de sí y de sus hijos. Ellos le traían las vasijas, y ella vertía el aceite.
Y sucedió que cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: — Tráeme otra vasija. Y le respondió: — No hay más vasijas. Entonces el aceite cesó.
Luego ella fue y se lo contó al hombre de Dios, quien dijo: — Anda, vende el aceite y paga tu deuda, y tú y tus hijos vivan de lo que quede.
Aconteció que cierto día pasaba Eliseo por Sunem. Y había allí una mujer importante, quien lo invitó insistentemente a comer. Y sucedía que cada vez que él pasaba, entraba allí a comer.
Entonces ella dijo a su marido: — He aquí, yo sé que este hombre que siempre pasa por nuestra casa es un santo hombre de Dios.
Hagamos un pequeño cuarto en la azotea, y pongamos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara para él, a fin de que cuando venga a nosotros, pueda quedarse allí.
Aconteció que cierto día él llegó por allí, subió al cuarto y se acostó allí.
Entonces dijo a Guejazi, su criado: — Llama a esta sunamita. Cuando la llamó, ella se presentó delante de él;
y Eliseo dijo a Guejazi: — Dile: “He aquí, tú te has preocupado de nosotros con todo este cuidado. ¿Qué se puede hacer por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al jefe del ejército?”. Pero ella respondió: — Yo habito en medio de mi pueblo.
Eliseo preguntó: — ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Guejazi respondió: — A la verdad, ella no tiene hijos, y su marido es viejo.
Entonces Eliseo dijo: — Llámala. Él la llamó, y ella se detuvo a la puerta.
Entonces él dijo: — El año que viene, por este tiempo, tú abrazarás un hijo. Ella dijo: — ¡No, señor mío, hombre de Dios! ¡No engañes a tu sierva!
Pero la mujer concibió y dio a luz un hijo al año siguiente, por el tiempo que Eliseo le había dicho.
Cuando el niño creció, sucedió cierto día que fue a donde estaban su padre y los segadores.
Y dijo a su padre: — ¡Mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a su criado: — Llévalo a su madre.
Lo tomó y lo llevó a su madre. El niño estuvo recostado sobre las rodillas de ella hasta el mediodía; luego murió.
Entonces ella subió, lo acostó sobre la cama del hombre de Dios, cerró la puerta y salió.
Después llamó a su marido y le dijo: — Te ruego que me mandes uno de los criados y una de las asnas, para que yo corra hacia el hombre de Dios y regrese.
Él preguntó: — ¿Para qué vas a verlo hoy? No es luna nueva ni sábado. Y ella respondió: — Paz.
Después hizo aparejar el asna y dijo a su criado: — Toma la rienda y anda. No te detengas por mí en el viaje, a menos que yo te lo diga.
Ella se marchó y llegó a donde estaba el hombre de Dios, en el monte Carmelo. Y sucedió que cuando el hombre de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Guejazi: — He allí la sunamita.
Ahora, por favor, corre a su encuentro y pregúntale: “¿Te va bien? ¿Le va bien a tu marido? ¿Le va bien a tu hijo?”. Y ella respondió: — Bien.
Cuando ella llegó al monte, al hombre de Dios, se asió de sus pies. Guejazi se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios le dijo: — Déjala, porque su alma está en amargura. El SEÑOR me ha encubierto el motivo, y no me lo ha revelado.
Ella dijo: — ¿Acaso pedí yo un hijo a mi señor? ¿No te dije que no me llenaras de falsas esperanzas?
Entonces él dijo a Guejazi: — Ciñe tus lomos, toma mi bastón en tu mano y anda. Si encuentras a alguien, no lo saludes. Si alguien te saluda, no le respondas. Y pon mi bastón sobre la cara del niño.
La madre del niño dijo: — ¡Vive el SEÑOR, y vive tu alma, que no me apartaré de ti!
Entonces él se levantó y la siguió. Guejazi se adelantó a ellos y puso el bastón sobre la cara del niño. Pero este no habló ni reaccionó, de modo que Guejazi volvió al encuentro de Eliseo y le dijo: — El niño no se ha despertado.
Cuando Eliseo llegó a la casa, he aquí que el niño estaba muerto, tendido sobre su cama.
Entonces entró, cerró la puerta detrás de ellos dos, y oró al SEÑOR.
Después subió y se echó sobre el niño, su boca sobre su boca, sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre sus manos. Así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor.
Luego se volvió y se paseaba por la casa de un lado a otro. Después subió y se tendió sobre el niño, y el niño estornudó siete veces. Luego el niño abrió sus ojos.
Entonces Eliseo llamó a Guejazi y le dijo: — Llama a esta sunamita. Él la llamó, y cuando ella entró, Eliseo le dijo: — Toma a tu hijo.
Cuando ella entró, se echó a los pies de él, y se postró en tierra. Después tomó a su hijo y salió.