Explicación, estudio y comentario bíblico de 2 Reyes 4:8-25 verso por verso
Aconteció que cierto día pasaba Eliseo por Sunem. Y había allí una mujer importante, quien lo invitó insistentemente a comer. Y sucedía que cada vez que él pasaba, entraba allí a comer.
Entonces ella dijo a su marido: — He aquí, yo sé que este hombre que siempre pasa por nuestra casa es un santo hombre de Dios.
Hagamos un pequeño cuarto en la azotea, y pongamos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara para él, a fin de que cuando venga a nosotros, pueda quedarse allí.
Aconteció que cierto día él llegó por allí, subió al cuarto y se acostó allí.
Entonces dijo a Guejazi, su criado: — Llama a esta sunamita. Cuando la llamó, ella se presentó delante de él;
y Eliseo dijo a Guejazi: — Dile: “He aquí, tú te has preocupado de nosotros con todo este cuidado. ¿Qué se puede hacer por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al jefe del ejército?”. Pero ella respondió: — Yo habito en medio de mi pueblo.
Eliseo preguntó: — ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Guejazi respondió: — A la verdad, ella no tiene hijos, y su marido es viejo.
Entonces Eliseo dijo: — Llámala. Él la llamó, y ella se detuvo a la puerta.
Entonces él dijo: — El año que viene, por este tiempo, tú abrazarás un hijo. Ella dijo: — ¡No, señor mío, hombre de Dios! ¡No engañes a tu sierva!
Pero la mujer concibió y dio a luz un hijo al año siguiente, por el tiempo que Eliseo le había dicho.
Cuando el niño creció, sucedió cierto día que fue a donde estaban su padre y los segadores.
Y dijo a su padre: — ¡Mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a su criado: — Llévalo a su madre.
Lo tomó y lo llevó a su madre. El niño estuvo recostado sobre las rodillas de ella hasta el mediodía; luego murió.
Entonces ella subió, lo acostó sobre la cama del hombre de Dios, cerró la puerta y salió.
Después llamó a su marido y le dijo: — Te ruego que me mandes uno de los criados y una de las asnas, para que yo corra hacia el hombre de Dios y regrese.
Él preguntó: — ¿Para qué vas a verlo hoy? No es luna nueva ni sábado. Y ella respondió: — Paz.
Después hizo aparejar el asna y dijo a su criado: — Toma la rienda y anda. No te detengas por mí en el viaje, a menos que yo te lo diga.
Ella se marchó y llegó a donde estaba el hombre de Dios, en el monte Carmelo. Y sucedió que cuando el hombre de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Guejazi: — He allí la sunamita.