Explicación, estudio y comentario bíblico de 2 Samuel 14:1-17 verso por verso
Joab, hijo de Sarvia, se dio cuenta de que el corazón del rey se inclinaba por Absalón.
Entonces Joab mandó a traer de Tecoa a una mujer sabia, y le dijo: — Por favor, finge que estás de duelo. Ponte un vestido de luto y no te unjas con aceite; antes bien, aparenta ser una mujer que hace tiempo guarda luto por algún muerto.
Luego entra a la presencia del rey y habla con él de esta manera… Y Joab puso las palabras en su boca.
Aquella mujer de Tecoa vino al rey, se postró en tierra sobre su rostro haciendo reverencia y dijo: — ¡Socórreme, oh rey!
El rey le preguntó: — ¿Qué te pasa? Ella respondió: — ¡Ay de mí! Soy una mujer viuda; mi marido ha muerto.
Tu sierva tenía dos hijos. Pero los dos pelearon en el campo, y no habiendo quien los separara, el uno hirió al otro y lo mató.
Y he aquí que toda la familia se ha levantado contra tu sierva, diciendo: “¡Entrega al que mató a su hermano, para que lo matemos por la vida de su hermano a quien mató, y destruyamos también al heredero!”. ¡Así extinguirán el carbón encendido que me queda, no dejando a mi marido nombre ni descendencia sobre la tierra!
Entonces el rey dijo a la mujer: — Ve a tu casa, que yo me ocuparé de tu caso.
Y la mujer de Tecoa dijo al rey: — ¡Oh mi señor el rey, sea la culpa sobre mí y sobre mi casa paterna! Pero el rey y su trono sean sin culpa.
El rey dijo: — Al que hable contra ti, tráelo a mí; y no te molestará más.
Entonces ella dijo: — Acuérdate, por favor, oh rey, del SEÑOR tu Dios, para que el vengador de la sangre no siga destruyendo, no sea que destruya a mi hijo. Él respondió: — ¡Vive el SEÑOR, que no caerá en tierra ni un cabello de la cabeza de tu hijo!
Dijo la mujer: — Por favor, permite que tu sierva diga una palabra a mi señor el rey. Él dijo: — Habla.
Entonces dijo la mujer: — ¿Por qué, pues, piensas de este modo contra el pueblo de Dios? Cuando el rey dice estas palabras, se culpa a sí mismo, por cuanto el rey no hace volver a su desterrado.
A la verdad, todos hemos de morir; somos como el agua derramada en la tierra, que no se puede recoger. Pero Dios no quita la vida, sino que busca la manera de que el desterrado no quede desterrado de él.
He venido ahora para decir esto a mi señor el rey, porque el pueblo me ha atemorizado. Pero tu sierva pensó: Hablaré al rey; quizás él haga lo que su sierva le diga.
Porque el rey me oirá para librar a su sierva de mano del hombre que busca destruirme a mí juntamente con mi hijo, de la heredad de Dios.
Dice, pues, tu sierva: ¡Que sea de alivio la respuesta de mi señor el rey, porque como un ángel de Dios es mi señor el rey para discernir lo bueno y lo malo! ¡Que el SEÑOR tu Dios sea contigo!