Explicación, estudio y comentario bíblico de Apocalipsis 21:7-27 verso por verso
“El que venza heredará estas cosas; y yo seré su Dios y él será mi hijo.
Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo diciendo: “Ven acá. Yo te mostraré la novia, la esposa del Cordero”.
Me llevó en el Espíritu sobre un monte grande y alto, y me mostró la santa ciudad de Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios.
Tenía la gloria de Dios, y su resplandor era semejante a la piedra más preciosa, como piedra de jaspe, resplandeciente como cristal.
Tenía un muro grande y alto. Tenía doce puertas, y a las puertas había doce ángeles, y nombres inscritos que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel.
Tres puertas daban al este, tres puertas al norte, tres puertas al sur y tres puertas al oeste.
El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos los doce nombres de los apóstoles del Cordero.
El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro.
La ciudad está dispuesta en forma cuadrangular. Su largo es igual a su ancho. Él midió la ciudad con la caña, y tenía dos mil doscientos kilómetros. El largo, el ancho y el alto son iguales.
Midió su muro, setenta metros según medida de hombre, que es la del ángel.
El material del muro era jaspe, y la ciudad era de oro puro semejante al vidrio limpio.
Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de ágata, el cuarto de esmeralda,
el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista.
Las doce puertas eran doce perlas; cada puerta fue hecha de una sola perla. La plaza era de oro puro como vidrio transparente.
No vi en ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella.
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna, para que resplandezcan en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara.
Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra llevan a ella su gloria.
Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.
Y llevarán a ella la gloria y la honra de las naciones.
Jamás entrará en ella cosa impura o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.