-
Soy morena y bella, oh hijas de Jerusalén. Soy como las tiendas en Quedar o como los pabellones de Salomón.
-
No se fijen en que soy morena, pues el sol me bronceó. Los hijos de mi madre se enojaron contra mí y me pusieron a cuidar viñas. ¡Y mi propia viña no cuidé!
-
Hazme saber, oh amado de mi alma, dónde pastorearás; dónde harás recostar el rebaño al mediodía, para que yo no ande errante tras los rebaños de tus compañeros.
-
Si no lo sabes, oh la más hermosa de las mujeres, sigue las huellas del rebaño y apacienta tus cabritas cerca de las cabañas de los pastores.
-
A mi yegua, entre los carros del faraón, te he comparado, oh amada mía.
-
¡Qué bellas son tus mejillas entre tus aretes y tu cuello entre los collares!
-
Te haremos aretes de oro con engastes de plata.
-
Cuando el rey estaba en su diván, mi nardo liberó su fragancia.
-
Mi amado se parece a un manojito de mirra que duerme entre mis pechos.
-
Mi amado se parece a un racimo de flores de alheña de las viñas de En-guedi.
-
¡Qué bella eres, oh amada mía! ¡Qué bella eres! Tus ojos son como de palomas.
-
¡Qué bello y dulce eres tú, oh amado mío! Nuestra cama es frondosa,
-
las vigas de nuestra casa son los cedros, y nuestros artesonados son los cipreses.