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Hazme saber, oh amado de mi alma, dónde pastorearás; dónde harás recostar el rebaño al mediodía, para que yo no ande errante tras los rebaños de tus compañeros.
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Si no lo sabes, oh la más hermosa de las mujeres, sigue las huellas del rebaño y apacienta tus cabritas cerca de las cabañas de los pastores.
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A mi yegua, entre los carros del faraón, te he comparado, oh amada mía.
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¡Qué bellas son tus mejillas entre tus aretes y tu cuello entre los collares!
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Te haremos aretes de oro con engastes de plata.
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Cuando el rey estaba en su diván, mi nardo liberó su fragancia.
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Mi amado se parece a un manojito de mirra que duerme entre mis pechos.
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Mi amado se parece a un racimo de flores de alheña de las viñas de En-guedi.
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¡Qué bella eres, oh amada mía! ¡Qué bella eres! Tus ojos son como de palomas.
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¡Qué bello y dulce eres tú, oh amado mío! Nuestra cama es frondosa,
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las vigas de nuestra casa son los cedros, y nuestros artesonados son los cipreses.
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