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Pensé: “Me levantaré e iré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscando al que ama mi alma”. Lo busqué, pero no lo hallé.
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Me encontré con los guardias que rondan la ciudad y les pregunté: “¿Han visto al que ama mi alma?”.
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Tan pronto como pasé de allí, hallé al que ama mi alma. Me prendí de él y no lo solté hasta que lo traje a la casa de mi madre, a la habitación de la que me concibió.
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¡Júrenme, oh hijas de Jerusalén, por las ciervas y por las gacelas del campo, que no despertarán ni provocarán el amor hasta que quiera!
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