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Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto, y oí a mi amado que tocaba a la puerta y llamaba: “Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está llena de rocío y mis cabellos están mojados con las gotas de la noche”.
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Ya me había desvestido; ¿cómo me iba a volver a vestir? Había lavado mis pies; ¿cómo iba a volverlos a ensuciar?
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Mi amado metió su mano por el agujero de la puerta, y mi corazón se conmovió a causa de él.
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Entonces me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon perfume de mirra. Mis dedos gotearon mirra sobre la manecilla del cerrojo.
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Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido; había desaparecido. Se me salía el alma cuando él hablaba. Lo busqué, pero no lo hallé; lo llamé, pero no me respondió.
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Me encontraron los guardias que rondan la ciudad; me golpearon y me hirieron. Me despojaron de mi manto los guardias de las murallas.
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Júrenme, oh hijas de Jerusalén, que si hallan a mi amado le dirán que estoy enferma de amor.
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