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Adónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? Dinos en qué dirección se fue, y lo buscaremos contigo.
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Mi amado descendió a su huerto, al almácigo de las especias, para apacentar en los jardines y para recoger los lirios.
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¡Yo soy de mi amado y mi amado es mío! Él apacienta entre los lirios.
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¡Qué bella eres, oh amada mía! Eres como Tirsa, atractiva como Jerusalén e imponente como ejércitos abanderados.
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Aparta de mí tus ojos, porque ellos me doblegan. Tu cabello es como manada de cabras que se deslizan por las laderas de Galaad.
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Tus dientes son como rebaños de ovejas que suben del lavadero: que todas tienen mellizos, y ninguna hay sin cría.
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Tus mejillas parecen mitades de granada, a través de tu velo.
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Hay sesenta reinas, ochenta concubinas y un sinnúmero de jóvenes mujeres.
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¡Pero una sola es mi paloma, mi perfecta! Ella es la única hija de su madre, quien la considera predilecta. La ven las mujeres y la llaman: “Bienaventurada”. Las reinas y las concubinas la alaban diciendo:
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“¿Quién es aquella que raya como el alba y es bella como la luna, radiante como el sol e imponente como ejércitos abanderados?”.
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Al huerto de los nogales descendí, para ver los retoños del valle, para ver si las vides ya han florecido; si han brotado los granados.
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Y antes que me diera cuenta, mi alma me puso sobre los carros de mi generoso pueblo.
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¡Vuelve, vuelve, oh Sulamita! ¡Vuelve, vuelve; queremos mirarte! La amada ¿Qué han de observar en la Sulamita, cuando danza en medio de los dos campamentos?