Y David dijo a Gad: Estoy en un gran apuro; déjame caer ahora en la mano de Jehová; porque muy grandes son sus misericordias; mas no caiga yo en manos de hombre.

Déjame caer ahora en la mano del Señor... no me dejes caer en la mano del hombre. La experiencia le había enseñado que la pasión y la venganza humanas no tenían límites, mientras que nuestro Padre sabio y misericordioso que está en los cielos conoce el tipo y regula la extensión del castigo que todos necesitan.

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