de pecado, porque no creen en mí;

De PECADO, porque no creen en mí. Esto no significa que Él tratará con los hombres solo acerca del pecado de incredulidad, ni tampoco acerca de ese pecado como el más grande en comparación con todos los demás pecados. No hay comparación aquí entre el pecado de incredulidad y otras transgresiones de la ley moral, en cuanto a su criminalidad. La clave de esta importante declaración se encuentra en dichas palabras de nuestro Señor mismo, como las siguientes: "El que cree no es condenado, pero el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios; el que oye mi palabra y cree en aquel que me envió, tiene vida eterna y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida; el que no cree al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Juan 3:18, 36; 5:24). Lo que el Espíritu, entonces, hace en el cumplimiento de este primer aspecto de su obra, es impresionar en las conciencias de los hombres la convicción de que la única manera divinamente provista de liberación de la culpa de todo pecado es creyendo en el Hijo de Dios; que tan pronto como ellos creen de esta manera, no hay condenación para ellos; pero que a menos que y hasta que lo hagan, están sujetos a la culpa de todos sus pecados, con la adición superpuesta de este pecado culminante y condenatorio. Así hace el Espíritu, al aferrar esta verdad en la conciencia, en lugar de extinguir, solo consuma e intensifica el sentido de todos los demás pecados; haciendo que el pecador convicto perciba que su completa absolución de culpa, o su condenación irremediable bajo el peso de todos sus pecados, depende de su creencia en el Hijo de Dios o su rechazo deliberado de Él. Pero, se puede preguntar, ¿qué debe creer el pecador acerca de Cristo, para una liberación tan vasta? El siguiente departamento de la obra del Espíritu responderá esa pregunta.

Segundo,

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