Éxodo 33:1-23
1 Después el SEÑOR dijo a Moisés: — Ve, sube de aquí, tú con el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra acerca de la cual juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: “A tus descendientes la daré”.
2 Yo enviaré un ángel delante de ustedes y arrojaré a los cananeos, amorreos, heteos, ferezeos, heveos y jebuseos.
3 Sube a la tierra que fluye leche y miel, pero yo no subiré en medio de ti, no sea que te consuma en el camino, porque eres un pueblo de dura cerviz.
4 Al oír el pueblo esta mala noticia, ellos hicieron duelo. Ninguno se atavió con sus joyas.
5 Entonces el SEÑOR dijo a Moisés: — Di a los hijos de Israel: “Ustedes son un pueblo de dura cerviz; si yo estuviera un solo instante en medio de ustedes, los consumiría. Ahora pues, quítense sus joyas, y yo sabré qué he de hacer con ustedes”.
6 Y los hijos de Israel se desprendieron de sus joyas a partir del monte Horeb.
7 Entonces Moisés tomó una tienda y la levantó fuera del campamento, a considerable distancia. A esta tienda la llamó: tienda de reunión. Y sucedía que todo el que buscaba al SEÑOR, iba a la tienda de reunión que estaba fuera del campamento.
8 Cuando Moisés se dirigía a la tienda de reunión, todo el pueblo se levantaba y se ponía de pie junto a la entrada de su propia tienda. Miraban a Moisés hasta que él entraba en la tienda.
9 Cuando Moisés entraba en la tienda, la columna de nube descendía y se detenía a la entrada de la tienda; y Dios hablaba con Moisés.
10 Al ver la columna de nube, que se detenía a la entrada de la tienda, todo el pueblo se levantaba y se postraba, cada uno a la entrada de su propia tienda.
11 Entonces el SEÑOR hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo. Después regresaba Moisés al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su ayudante, no se apartaba de la tienda.
12 Moisés dijo al SEÑOR: — Mira, tú me dices a mí: “Saca a este pueblo”. Pero tú no me has dado a conocer a quién has de enviar conmigo. Sin embargo, dices: “Yo te he conocido por tu nombre y también has hallado gracia ante mis ojos”.
13 Ahora, si he hallado gracia ante tus ojos, muéstrame, por favor, tu camino para que te conozca y halle gracia ante tus ojos; considera también que esta gente es tu pueblo.
14 El SEÑOR le dijo: — Mi presencia irá contigo, y te daré descanso.
15 Y él respondió: — Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.
16 ¿En qué, pues, se conocerá que he hallado gracia ante tus ojos, tu pueblo y yo? ¿No será en que tú vas con nosotros y en que tu pueblo y yo llegamos a ser diferentes de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?
17 El SEÑOR dijo a Moisés: — También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia ante mis ojos y te he conocido por tu nombre.
18 Entonces Moisés dijo: — Muéstrame por favor tu gloria.
19 Y le respondió: — Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti y proclamaré delante de ti el nombre del SEÑOR. Tendré misericordia del que tendré misericordia y me compadeceré del que me compadeceré.
20 — Dijo además — : No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre me verá y quedará vivo.
21 — El SEÑOR dijo también — : He aquí hay un lugar junto a mí, y tú te colocarás sobre la peña.
22 Sucederá que cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado.
23 Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas. Pero mi rostro no será visto.
JEHOVA SE NIEGA A ACOMPAÑAR AL PUEBLO.
1. Jehová dijo a Moisés—Más bien había dicho a Moisés. La conferencia detallada en este capitulo debería considerarse como verificada antes de la intercesión patética de Moisés, relatada en la parte final del capítulo anterior; habiendo el historiador mencionado el hecho de su ansiedad ardiente y penosa, bajo la abrumadora presión por la cual él derramó aquella oración intercesoria a favor de sus compatriotas apóstatas, ahora entra a un relato detallado de las circunstancias.
3. no subiré en medio de ti … no sea que te consuma—Aquí se representa al Señor como resuelto a hacer lo que después no hizo. (Véase cap. 32:10).
4. oyendo el pueblo esta sensible palabra—de boca de Moisés a su descenso de la montaña.
5. quítate pues ahora tus atavíos—En ocasión de luto, es costumbre de los pueblos orientales deshacerse de todas sus chucherías, y quitar sus joyas, su oro y toda cosa rica y espléndida de su vestido. Esta señal de su pesar, el Señor demandaba a su pueblo ofensor. que yo sabré lo que tengo de hacer—El lenguaje está acomodado a las comprensiones débiles de los hombres. Dios juzga el estado del corazón por el tenor de la conducta. En el caso de los israelitas, él guardaba vivo un propósito de misericordia; y en el primer momento que percibió los primeros síntomas de contrición, en el hecho de que ellos se quitaron sus atavíos, como penitentes conscientes de su error, y sinceramente entristecidos, añadió peso al fervor de las oraciones de Moisés, y les dió aceptación con Dios a favor del pueblo.
7. Moisés tomó el tabernáculo, y extendiólo fuera del campo—No el tabernáculo, cuyo modelo le había sido dado, porque todavía no había sido erigido, sino su propia carpa, notable como la del conductor, en una parte de la cual él escuchaba las causas, y tenía comunicación con Dios acerca de los intereses del pueblo, y por esto llamada “el tabernáculo de la congregación”, y cuyo retiro, por aversión al campamento contaminado, fué mirado como el primer paso en el total abandono con que Dios los amenazaba.
8. todo el pueblo se levantaba, y estaba cada cual en pie a la puerta de su tienda—Su traslado produjo una consternación profunda y universal; y es fácil concebir cuán ansiosamente todos los ojos se dirigirían hacia él y cuán rápidamente se extendería la feliz noticia, cuando fuera presenciado algún fenómeno en el cual pudiera fundarse alguna esperanza.
9-11. la columna de nube descendía, y poníase a la puerta del tabernáculo—¡Cómo revivirían los corazones abatidos! ¡llenaría cada pecho esta ola de gozo, cuando la nube simbólica se veía lenta y majestuosamente descender y posarse a la entrada del tabernáculo! cuando Moisés entraba—Era cuando él aparecía como el mediador de ellos; cuando se retiraba de día en día para interceder por ellos, aquella señal grata de seguridad era prueba de que prevalecía su defensa, de que era perdonado el pecado de Israel, y de que nuevamente sería Dios benévolo.
18-23. Ruégote que me muestres tu gloria—Esta es una de las escenas más misteriosas descritas en la Biblia: él tuvo, para su consuelo y aliento, una manifestación espléndida y completa de la majestad divina, no en su brillo sin velo, sino hasta donde admitiría la debilidad de la humanidad. El rostro, la mano, las espaldas, hay que entender en sentido figurado.