Hechos 27:1-44
1 Cuando se determinó que habíamos de navegar a Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta.
2 Así que nos embarcamos en una nave adramiteña que salía para los puertos de Asia, y zarpamos. Estaba con nosotros Aristarco, un macedonio de Tesalónica.
3 Al otro día, atracamos en Sidón; y Julio, tratando a Pablo con amabilidad, le permitió ir a sus amigos y ser atendido por ellos.
4 Y habiendo zarpado de allí, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos nos eran contrarios.
5 Después de cruzar por alta mar frente a Cilicia y a Panfilia, arribamos a Mira, ciudad de Licia.
6 El centurión encontró allí una nave alejandrina que navegaba a Italia, y nos embarcó en ella.
7 Navegando muchos días despacio, y habiendo llegado a duras penas frente a Gnido, porque el viento nos impedía, navegamos a sotavento de Creta frente a Salmón.
8 Y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.
9 Puesto que había transcurrido mucho tiempo y se hacía peligrosa la navegación, porque también el Ayuno ya había pasado, Pablo les amonestaba
10 diciendo: — Hombres, veo que la navegación ha de realizarse con daño y mucha pérdida, no solo de la carga y de la nave, sino también de nuestras vidas.
11 Pero el centurión fue persuadido más por el piloto y el capitán del barco, y no por lo que Pablo decía.
12 Ya que el puerto era incómodo para pasar el invierno, la mayoría acordó zarpar de allí, por si de alguna manera pudieran arribar a Fenice, un puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, para invernar allí.
13 Como sopló una brisa del sur y les pareció que ya habían logrado lo que deseaban, izaron velas e iban costeando a Creta muy de cerca.
14 Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado que se llama Euraquilón.
15 Como la nave era arrebatada y no podía poner proa al viento, nos abandonamos a él y éramos llevados a la deriva.
16 Navegamos a sotavento de una pequeña isla que se llama Cauda, y apenas pudimos retener el esquife.
17 Y después de subirlo a bordo, se valían de refuerzos para ceñir la nave. Pero temiendo encallar en la Sirte, bajaron velas y se dejaban llevar así.
18 Al día siguiente, mientras éramos sacudidos por una furiosa tempestad, comenzaron a aligerar la carga;
19 y al tercer día, con sus propias manos arrojaron los aparejos del barco.
20 Como no aparecían ni el sol ni las estrellas por muchos días y nos sobrevenía una tempestad no pequeña, íbamos perdiendo ya toda esperanza de salvarnos.
21 Entonces, como hacía mucho que no comíamos, Pablo se puso de pie en medio de ellos y dijo: — Oh señores, debían haberme escuchado y no haber partido de Creta, para evitar este daño y pérdida.
22 Pero ahora les insto a tener buen ánimo, pues no se perderá la vida de ninguno de ustedes, sino solamente la nave.
23 Porque esta noche estuvo conmigo un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,
24 y me dijo: “No temas, Pablo. Es necesario que comparezcas ante el César, y he aquí Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”.
25 Por tanto, señores, tengan buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho.
26 Pero es necesario que demos en alguna isla.
27 Cuando llegó la decimocuarta noche, y siendo nosotros llevados a la deriva a través del mar Adriático, a la medianoche los marineros sospecharon que se acercaban a alguna tierra.
28 Echaron la sonda y hallaron cuarenta metros. Pasando un poco más adelante, volvieron a echar la sonda y hallaron treinta metros.
29 Temiendo dar en escollos, echaron las cuatro anclas de la popa y ansiaban el amanecer.
30 Como los marineros procuraban huir de la nave, y echaron el esquife al mar simulando que iban a largar las anclas de la proa,
31 Pablo dijo al centurión y a los soldados: — Si estos no quedan en la nave, ustedes no podrán salvarse.
32 Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y dejaron que se perdiera.
33 Cuando comenzó a amanecer, Pablo animaba a todos a comer algo, diciendo: — Este es el decimocuarto día que velan y siguen en ayunas sin comer nada.
34 Por tanto, les ruego que coman algo, pues esto es para su salud; porque no perecerá ni un cabello de la cabeza de ninguno de ustedes.
35 Habiendo dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos y partiéndolo comenzó a comer.
36 Y cuando todos recobraron mejor ánimo, comieron ellos también.
37 Éramos en total doscientas setenta y seis personas en la nave.
38 Luego, satisfechos de la comida, aligeraban la nave echando el trigo al mar.
39 Cuando se hizo de día, no reconocían la tierra; pero distinguían una bahía que tenía playa, en la cual, de ser posible, se proponían varar la nave.
40 Cortaron las anclas y las dejaron en el mar. A la vez, soltaron las amarras del timón, izaron al viento la vela de proa e iban rumbo a la playa.
41 Pero al dar en un banco de arena entre dos corrientes, hicieron encallar la nave. Al enclavarse la proa, quedó inmóvil, mientras la popa se abría por la violencia de las olas.
42 Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se escapara nadando;
43 pero el centurión, queriendo librar a Pablo, frustró su intento. Mandó a los que podían nadar que fueran los primeros en echarse para salir a tierra;
44 y a los demás, unos en tablas, y otros en objetos de la nave. Así sucedió que todos llegaron salvos a tierra.
CAPITULO 27
EL VIAJE A ITALIA—EL NAUFRAGIO Y EL DESEMBARCO A SALVO EN MALTA.
1. habíamos de navegar, etc.—“El nosotros” aquí vuelve a presentar al historiador como uno del grupo. No que él se hubiese separado del apóstol, cuando dejó de incluirse, como indicado por el uso del plural de primera persona (cap. 21:18), sino que el apóstol estuvo separado de él por el arresto y el encarcelamiento, hasta esta ocasión, cuando se encuentran abordo. entregaron a Pablo y a algunos otros presos—Presos políticos en viaje a ser juzgados en Roma, de lo que hay varios ejemplos en la historia. Julio—quien trata al apóstol por todo el trayecto con tan marcada cortesía (vv. 3, 43; cap. 28:16), que se ha creído [Bengel] que estuvo presente cuando Pablo hacía su defensa ante Agripa (véase cap. 25:23), y fué impresionado por el noble porte de Pablo. centurión … de la compañía Augusta—La cohorte Augusta, título honorario dado a más de una legión del ejército romano, que significa acaso que servian como guardia de corps del emperador o del procurador, según la ocasión.
2. una nave Adrumentina—de Adramitio, de la costa nordeste del mar Egeo. Sin duda el centurión esperaba hallar otra nave que se dirigiese a Italia, en alguno de los puertos de Asia Menor, sin tener que seguir en la adrumentina hasta su destino; y en esto no fué chasqueado. Véase nota, v. 6. para navegar junto a los lugares [costaneros de la provincia proconsular] de Asia—siendo nave de cabotaje. estando con nosotros Aristarco, Macedonio—Este hermano aparece en Hechos 19:29, “arrebatado” por el gentío en Efeso, y otra vez, como tesalonicense acompañando a Pablo en su viaje de regreso a Palestina (Hechos 20:4). Aquí se mencionan tanto la ciudad Tesalónica como la provincia Macedonia con su nombre. Más tarde lo hallamos en Roma con el apóstol, Colosenses 4:10; Filemón v. 24.
3. Y [al] otro día llegamos a Sidón—Para llegar en un día a este antiguo y célebre puerto mediterráneo, distante 112 kilómetros de Cesarea, debieron tener viento favorable. Julio … con humanidad [véase nota, v. 1] permitióle que fuese a los amigos—Estos serían sin duda convertidos ganados a lo largo de la costa fenicia desde la primera vez que se predicó allá véanse notas, caps. 11:19 y 21:4). para ser de ellos asistido—Lo que haría mucha falta después de su largo encarcelamiento. Son muy interesantes tales detalles personales en este caso.
4. navegamos bajo de Cipro, porque los vientos eran contrarios—Soplando el viento desde el oeste, o quizá un poco desde el norte, que era también contrario, navegaron a sotavento de Chipre, teniéndola a la izquierda y dirigiéndose entre ella y el continente de Fenicia.
5. habiendo pasado la mar de Cilicia y Pamphylia—Costas largo tiempo conocidas de Pablo, la una acaso desde la niñez, la otra desde el tiempo de su primer viaje misionero. arribamos a Mira, ciudad de Licia—Puerto un poco al este de Pátara (véase nota, cap. 21:1).
6. Y hallando … una nave Alejandrina que navegaba a Italia, nos puso en ella—(Véase nota, v. 2). Como Egipto era el granero de Italia, y esta nave estaba cargada de trigo (v. 35), no es de admirarse el que fuese lo bastante grande para llevar 276 personas, entre el pasaje y la tripulación (v. 37). Además, los barcos mercantes egipcios, entre los más grandes del Mediterráneo, eran iguales a los mercantes mayores de nuestro día. (Es decir, a mediados del siglo pasado. Nota del Trad.) Podría parecer extraño que en un viaje de Alejandria a Italia se hallasen en un puerto liciano; pero hasta ahora no es poco común que rodeen por el norte hacia Asia Menor, por razón de las corrientes marítimas.
7. navegando muchos días despacio [a causa de los vientos contrarios] y habiendo apenas [con dificultad] llegado delante de Gnido—Ciudad sobre el promontorio de la península del mismo nombre, que tenía al oeste de sí la isla de Cos (21:1). Si no hubiera sido por los vientos contrarios, habrían podido cubrir la distancia desde Mira (220 kilómetros) en un día. Naturalmente hubieran entrado al puerto de Gnido, puerto grande y bello, pero la fuerte corriente hacia el oeste los indujo a correr hacia el sur. bajo [“a sotovento”] de Creta—(Véase nota, Tito 1:5). junto [frente] a Salmón—el cabo del extremo oriental de la isla.
8. Y costeándola difícilmente—Por la misma causa de antes, es decir, la corriente occidental y los vientos contrarios llegamos a … Buenos Puertos—Un anclaje cerca del centro de la costa sur, un poco al este del cabo Matala, el punto más meridional de la isla. ciudad de Lasea—Identificada, pero sólo recientemente, por el reverendo Jorge Brown (según la obra Voyages and Shipwreck of St. Paul, por Smith. A este inestimable libro están adeudados todos los recientes comentadores de este capítulo como también estas notas).
9, 10. pasado mucho tiempo—desde la partida de Cesarea. Si no fuera por las demoras imprevistas, podrían haber llegado a la costa italiana antes de la estación tempestuosa. siendo ya peligrosa la navegación [en mar abierto] porque era pasado el ayuno—el del día de la expiación, que corresponde a fines de septiembre y a principios de octubre, época en que se declara insegura la navegación por escritores de autoridad. Como se abandonó toda esperanza de terminar el viaje en aquella estación, se debía resolver ahora si invernarían en Buenos Puertos o seguirían hasta Fenice, puesto que quedaba como a 64 kilómetros hacia el oeste. Pablo tomó parte en la discusión, e insistió fuertemente en que invernasen allí donde estaban. Varones, veo que con trabajo y mucho daño … habrá de ser la navegación—No por alguna comunicación divina, sino sencillamente en el uso del buen juicio ayudado con algo de su experiencia. El resultado justificó su buen consejo.
11. Mas el centurión creía más al piloto y al patrón … que a Pablo—El naturalmente los creería a ellos más indicados para juzgar, y había mucho que decir en favor de su opinión, puesto que la bahía de Buenos Puertos estaba abierta a casi la mitad del ámbito y no podía ser buena para invernar. Fenice [ahora llamado Lutro] … que mira al Nordeste y Sudeste—Si esto significa que estaba abierto el puerto hacia el oeste, no sería anclaje bueno. Se ha creído, pues, que significa que un viento desde dicha dirección daría en él, o que el puerto estaba situado en dirección este de tal viento [Smith]. El versículo siguiente parece confirmar esto.
13. Y soplando el austro, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban—Con este viento tenían toda promesa de llegar a su destino dentro de pocas horas.
14, 15. viento repentino—huracanado, causando un torbellino en las nubes, debido al encuentro de corrientes de viento opuestas, que se llama Euroclidón—La lección correcta parece ser de “euroaquilón”, o estenordeste, lo que explica todos los efectos que aquí se le atribuyen.
16, 17. isla … Clauda—Al sudoeste de Creta, ahora llamada Gonzo; como a 37 kilómetros a sotavento. ganar el esquife—O sea el bote que remolcaban. ¿Por qué la dificultad en alzarlo a bordo? No obstante el temporal, que iba en aumento, habrían llevado el esquife a remolque por unos 30 o 35 kilómetros, y sería imposible que no se llenara de agua. [Smith]. ciñendo la nave—Rodeando el casco cuatro o cinco veces con cables gruesos, para hacer posible que resistiera la violencia de la marejada, operación que rara vez, o nunca, se practica en el marinaje moderno. temor de que diesen en la Sirte—“Temor de ser arrojados en la costa o de encallarse el barco en la Sirte”; la Syrtis Major, un golfo de la costa africana, al sudoeste de Creta, el terror de los marineros, debido a sus escollos peligrosos. abajadas las velas—Más bien, el aparejo, o la jarcia del barco; o tal vez se refiere al hecho de bajar el pesado mastil con las velas atadas a él. [Smith].
18-20. con nuestras manos arrojamos [pasajeros y tripulantes juntos] los aparejos—Todo lo que pudieran sacrificar para disminuir el peso del barco. Este nuevo esfuerzo por aligerar el barco parece indicar que ya hacía agua, como luego aparecerá más evidente. no pareciendo sol ni estrellas por muchos [“varios”] días—Probablemente la mayor parte de los catorce días (v. 27). Esta continua densidad de la atmósfera les impidió que hiciesen la necesaria observación de los cuerpos celestiales ni de día ni de noche, de modo que no pudieron saber dónde estaban. perdida toda la esperanza de nuestra salud—“Sus esfuerzos por cerrar las vías de agua fueron inútiles; no sabían a dónde dirigir la nave para llegar a la tierra más cercana, a fin de vararla, siendo ésta la única salvación para un barco que se hunde; si no llegaban a tierra, deberían naufragar en alta mar. Sus temores, pues, se debían no tanto a la furia de la tempestad como a la condición del barco” [Smith]. Debido a la inferioridad de la antigua construcción naval, las rendijas en el casco se hacían más fácilmente, y carecían de medios de reparación adecuados. De ahí pues el número mucho mayor de naufragios por esta causa.
21-26. habiendo ya mucho que no comíamos—Véase nota, v. 33. “Es posible imaginar, pero no se puede describir, los trabajos que la tripulación soportó durante un temporal de tanta duración, y su agotamiento por el trabajo a las bombas y por el hambre” [Smith]. Pablo … puesto en pie en medio de ellos, dijo: Fuera … conveniente … haberme oído—No trataba de menoscabar lo que ellos habían hecho, sino que reclamaba la confianza de ellos en lo que les iba a decir ahora. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios [como en cap. 16:9; 23:11], del cual yo soy [1 Corintios 6:19], y al cual sirvo [en el sentido de culto religioso o consagración; véase nota, cap. 13:2), Diciendo: Pablo, no temas; es menester que seas presentado delante de César … Dios te ha dado todos, etc.—Mientras la tripulación trabajaba con las bombas, Pablo había estado luchando en oración, no sólo por sí mismo y la causa de su ida a Roma, sino con verdadera magnanimidad de alma por todos sus compañeros de abordo; y Dios le oyó, “dándole todos” (¡Notable expresión!) los que navegaban con él. “Cuando llegó el lóbrego día, Junto a los marineros (y a los pasajeros), y elevando la voz sobre el ruido de la tormenta” [Hows], hizo saber la comunicación divina que había recibido; añadiendo con noble sencillez: “Porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho”, y animólos a todos a tener “buen ánimo” en la misma confianza. ¡Qué contraste con este discurso es el de César en circunstancias similares, cuando manda a su piloto a conservar el ánimo, porque llevaba a César y la fortuna de César! [Plutarco]. El general romano no conocía mejor nombre para la Divina Providencia, por la cual había sido tantas veces preservado, que el de la fortuna de César [Humphry]. De estos detalles explícitos: que la nave sería perdida, pero no lo sería ni un alma de los que en ella viajaban, y que era “menester que diesen en una isla”, uno se formaría en la imaginación el cuadro de un naufragio total: un conjunto de seres humanos que lucharían con los airosos elementos, y la reunión en la ribera de una isla desconocida cada uno de aquellos que se habían encontrado en diaria compañia abordo. De lo que sigue, parecería que desde este momento Pablo era tratado con una deferencia parecida a la reverencia.
27-29. venida la décimacuarta noche [desde la partida de Buenos Puertos], y siendo llevados [a la deriva] por el mar Adriático—el mar que está entre Grecia, Italia y Africa. los marineros … sospecharon [sin duda, por el sonido peculiar de los rompientes] que estaban cerca de alguna tierra [“que alguna tierra se aproximaba a ellos”]. Este lenguaje náutico da un carácter gráfico a la narración. echando cuatro anclas de la popa—La manera ordinaria de echar el ancla era, como ahora, desde la proa; pero las naves antiguas eran construidas con los dos extremos iguales, y con escobenes también en la popa, de modo que en caso de necesidad, podían ser echadas de dos maneras. Y cuando había temor, como en este caso, de dar con escollos a sotavento, y había intención de encallar la nave en llegando el alba para poder elegir un punto propicio, lo mejor que pudieron hacer fué anclarla desde la popa. [Smith]. deseaban [ardientemente] que se hiciese de día—Esta observación fué de uno que estaba presente, y todos sus compañeros de abordo estaban conscientes del terror de su condición. “La nave podría hundirse con sus anclas, o la costa de sotavento podría ser escabrosa, sin ninguna playa en donde pudieran llegar a salvo a tierra. De aquí pues, su anhelo ansioso de ver el día, y la tentativa, no generosa sino natural (y no peculiar a los tiempos antiguos), de parte de los marineros de salvarse aprovechándose del esquife. [Smith]. procurando los marineros huir [a cubierta de la noche] … echado … el esquife a la mar, aparentando como que querían largar las anclas de proa—como para asegurar la nave a ambos extremos. “Esto no podría haber sido de provecho en aquellas circunstancias, y como el pretexto no podía engañar a un marinero, debemos inferir que los oficiales del barco consentían en tan indigna tentativa, la que acaso fué entendida por Lucas, quien a la vez informaría a Pablo” [Smith].
31. Pablo dijo al centurión y a los soldados—Los únicos ya en quienes se podía confiar, y cuya seguridad también estaba en juego. Si éstos no quedan en la nave, vosotros no podéis salvaros—No se podía esperar que en caso tan crítico los soldados y los pasajeros tuviesen el necesario conocimiento del arte de navegación. La huída de la tripulación, pues, bien podría significar la cierta destrucción de todos los demás. En la plena seguridad de la salvación final en virtud de la promesa divina, hecha a todos los de abordo, Pablo habla y obra en todo este escenario en uso de su sano juicio en cuanto a las indispensables condiciones humanas para su seguridad; y como no hay ni un rasgo de algún sentir de contradicción entre estos dos aspectos: divino y humano, del mismo modo el centurión, bajo cuyas órdenes los soldados llevaron a cabo las opiniones de Pablo, no pareció sentirse perplejo por el aspecto doble, el divino y el humano, en que se presentó este asunto en la mente de Pablo. La agencia divina y la instrumentalidad humana están en todos los eventos de la vida tanto como en este caso. La única difrencia está en que aquélla está mayormente velada a los ojos humanos, mientras que ésta es perceptible a todos los sentidos.
32. cortaron los cabos del esquife [ya bajado], y dejáronlo perder—lo dejaron a la deriva.
33-37. como comenzó a ser de día—“Hasta que se hiciese de día”; es decir, el intervalo desde cuando cortaron los cabos y el romper del alba, que tanto “deseaban” (v. 29). Pablo—respetado ya por todos los pasajeros como quien los debiera dirigir. exhortaba a todos que comiesen [“participasen de una comida”], diciendo: Este es el décimocuarto día que esperáis [“un respiradero”, un momento de descanso]. no comiendo nada—es decir, sin tomar las comidas regulares. La imposibilidad de cocinar, la ocupación de todos con las bombas, etc., explica suficientemente este hecho, lo cual acontece comúnmente en tales circunstancias. Por tanto, os ruego que comáis, etc.—Sobre esta hermosa demostración unida de confainza en la promesa divina y en el cuidado que tenía Pablo de la salud y la seguridad de todos los de abordo, véase nota, v. 31. habiendo dicho esto [asumiendo la dirección] tomando el pan, hizo gracias a Dios en presencia de todos—Un acto impresionante en semejantes circunstancias, y propio para implantar en el pecho de todos un testimonio a favor del Dios a quien él servía. y partiendo, comenzó a comer—Este acto no fué entendido por los cristianos de abordo como un ágape, ni como la celebración de la cena del Señor, como algunos piensan, sino como un desayuno para restaurar el cuerpo cansado. Pablo aquí les enseña con su propio ejemplo la manera cómo un cristiano participa de los alimentos. todos teniendo ya mejor ánimo, comieron ellos también—“tomaron alimento”; la primera comida completa desde el comienzo de la tempestad. Tal valor en circunstancias de desesperación como el que Pablo exhibe aquí, es maravillosamente transmisible de unos a otros.
38-40. satisfechos de comida, etc.—Con fuerzas renovadas luego de comer, hicieron un tercero y último esfuerzo por aligerar el barco, ya no con las bombas, como antes, sino arrojando toda la carga de trigo a la mar (véase nota, v. 6). como se hizo de día, no conocían la tierra—Esto se ha pensado raro en marineros habituados a aquel mar. Pero el escenario del naufragio estaba lejos del gran puerto, y no posee rasgos marcados que le diesen a conocer, ni a un nativo que allá llegase de improviso [Smith], sin mencionar la lluvia que caía torrencialmente (cap. 28:2), la que podía cubrir la costa de neblina aun después del amanecer. Luego de llegar a tierra, supieron dónde estaban (cap. 28:1). veían un golfo que tenía orilla—Todo río, por cierto, debe tener orilla; pero el sentido es de una orilla práctica en el sentido náutico: es decir, con playa, con distinción de los escollos (como enseña el v. 41). al cual acordaron echar … la nave—Esta era su única probabilidad de seguridad. largando también las ataduras de los gobernalles—Las naves antiguas eran dirigidas por dos timones, uno a cada lado de la popa. Cuando se anclaba de la popa en un temporal, era necesario levantar los timones del agua y asegurarlos debidamente, y desatar las ataduras cuando se echaba de nuevo a la vela [Smith … alzada la vela mayor—O sea “el trinquete”. la vela de mayor provecho en tales circunstancias. ¡Cuán necesaria debió ser la tripulación para hacer estas maniobras, y cuán obvia la previsión que hizo indispensable su permanencia abordo para la seguridad de todos (véase nota, v. 31) ¡Mas dando en un lugar de dos aguas—El Sr. Smith piensa que esto se refiere al canal, no más de cien varas de ancho, que separa la pequeña isla de Salmón de la de Malta, y forma una comunicación entre la bahía interior y la mar de fuera. la proa, hincada, estaba sin moverse—“Las rocas de Malta se deterioran en partículas extremadamente pequeñas de arena y arcilla, que bajo la acción de las corrientes o por la agitación de la superficie forman un depósito de arcilla bien dura; pero en aguas tranquilas, donde no hay tal acción, se forma un barro; pero es sólo en los arroyos, donde no hay corrientes, y a una profundidad tal como para no ser movido por los olas, donde ocurre el barro. Una nave, pues, impelida por la fuerza de la tormenta dentro de un arroyo con semejante lecho, daría con un fondo de barro debajo del cual estaría la tenaz arcilla, en la que la proa penetraría y quedaría inmóvil, mientras la popa quedaría expuesta a la fuerza de las ondas.” [Smith]. la popa se abría—Debe notarse aquí la acción continuada del tiempo gramatical: “rápidamente se deshacía”.
42-44. el acuerdo de los soldados era que matasen los presos, porque ninguno se fugase—La crueldad romana, que hacía que los guardias respondiesen con la vida por los presos, se refleja en esta proposición cruel. Mas el centurión, etc.—Grande debió ser la influencia de Pablo en la mente del centurión para producir tal efecto. Todos siguieron a los nadadores, encomendándose a la mar, y de conformidad con la promesa divina y el aseguramiento confiado que Pablo les había dado, todos llegaron a salvo a tierra, y con todo, sin que hubiese ningún milagro. (Mientras que la gráfica menudencia de esta narración del naufragio excluye toda duda de que el narrador mismo estaba abordo, el gran número de frases náuticas, que todos los críticos han notado, junto con el aire no profesional que toda la narración lleva, concuerda notablemente con todo lo que sabemos y tenemos razón por qué creer acerca del “médico amado”; véase nota, cap. 16:40).