EL EVANGELIO SEGUN SAN JUAN

INTRODUCCION

El autor del Cuarto Evangelio fué el menor de los dos hijos de Zebedeo, pescador en el mar de Galilea, quien residía en Bethsaida, donde nacieron Pedro y Andrés su hermano, y Felipe también. El nombre de su madre era Salomé, quien, aunque tenía sus imperfecciones (Mateo 20:20, etc.), fué una de aquellas mujeres queridas y honradas, que acompañaron al Señor en una de sus giras evangelísticas por Galilea, atendiendo a sus necesidades corporales; una de aquellas que lo siguieron hasta la cruz, y compraron especias aromáticas para embalsamar su cuerpo después de su sepultura, pero, al ir a llevarlas al sepulcro, en la mañana del primer día de la semana, se dieron cuenta de que sus servicios cariñosos eran ya inútiles pues había resucitado antes de que ellas llegaran. Su padre, Zebedeo, parece que gozaba de una posición desahogada, pues tenía su propio barco y obreros a quienes tenía asignado un sueldo (Marco 1:20). Nuestro evangelista, cuyo oficio era el de pescador juntamente con su padre, era sin duda discípulo de Juan el Bautista, y uno de los dos que tuvieron la primera entrevista con Jesús. El fué llamado cuando estaba ocupado en su carrera secular (Mateo 4:21), y otra vez en una ocasión memorable (Lucas 5:1), y finalmente escogido como uno de los doce apóstoles (Mateo 10:2). El era el más joven de los doce—el "Benjamín", como lo llama Da Costa—y él y su hermano Jacobo (o Santiago) fueron llamados, en su idioma nativo por el que conocía el corazón: "Boanerges", que el Evangelista Marcos (Mateo 3:17) explica como "Hijos del Trueno"; sin duda, por su natural vehemencia de carácter. Ellos con Pedro formaban aquel Triunvirato selecto de quienes véase nota, Lucas 9:28. Pero el honor más grande otorgado a este discípulo fué el de recostarse en el seno de su Señor, en la cena, como el discípulo "al cual Jesús amaba" (Juan 13:23; Juan 20:2; Juan 21:7; Juan 20:24), y el de tener encomendado a él, por el Redentor moribundo, el cuidado de su madre (Juan 19:26). No puede haber duda razonable de que esta distinción se debía a una simpatía con el propio espíritu y mente de Jesús de parte de Juan, la cual el Ojo que todo lo penetraba, de su Maestro común, no veía en ninguno de los demás; y aunque esto probablemente nunca era notado en su vida ni en su ministerio por sus compañeros en el apostolado, se destaca maravillosamente en sus escritos, los que, en espiritualidad, en amor y excelencia suprema como en Cristo mismo, superan, podemos decir francamente, a todos los demás escritos espirituales.

Después del derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés, lo hallamos en compañía constante, mas silenciosa, con Pedro, el gran interlocutor agente de la Iglesia infante hasta la accesión de Pablo. Mientras que su amor por el Señor Jesús le atraía espontáneamente al lado de aquel siervo del Señor, y su vehemencia disciplinada hacía que estuviera pronto a colocarse valientemente a su lado, y a sufrir con él en todo lo que su testimonio a favor de Jesús pudiera costarle; su humildad modesta, como el más joven de todos los apóstoles, hacía de él un escuchador admirativo y apoyo fiel a su hermano apóstol, más bien que un orador y agente separado. La historia eclesiástica es uniforme al dar testimonio de que Juan fué al Asia Menor; pero es casi seguro que esto no pudo ser sino hasta después de la muerte de Pedro y Pablo; que residía en Efeso, desde donde, como centro, cuidaba las iglesias de aquella región, haciéndoles visitas ocasionales; y que sobrevivía a los demás apóstoles por muchos años. Si la madre de Jesús murió antes de esto, o si ella fué con Juan a Efeso, donde murió y fué sepultada, no está determinado. Una o dos anécdotas acerca de sus últimos días nos han llegado por medio de la tradición, una de las cuales lleva señales de probabilidad razonable. Pero no es necesario repetirlas aquí. En el reinado de Domiciano (año 81-96 d. de C.) Juan fué desterrado a la "isla que es llamada Patmos" (isla pequeña peñascosa y en aquel entonces casi deshabitada, en el mar Egeo), "por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Apocalipsis 1:9). Dicen Ireneo y Eusebio que esto sucedió hacia el fin del reinado de Domiciano. Que haya sido echado en un caldero de aceite caliente, y librado milagrosamente, es una de las leyendas que, repetidas por Tertuliano y Jerónimo, no merece crédito alguno. Su regreso del destierro se efectuó en el reinado breve más tolerante de Nerva. Murió en Efeso, en el reinado de Trajano [Eusebio, Historia Eclesiástica 3:23], a una edad superior a los noventa años, según algunos, según otros a los 100 años, y según otros todavía a los 120. El número intermedio generalmente es considerado como más cercano a la verdad.

En cuanto a la fecha de este Evangelio, los argumentos a favor de que haya sido escrito antes de la caída de Jerusalén (aunque son aceptados por algunos críticos serios) son de los más débiles; tal como la expresión en el cap. 5:2: "hay en Jerusalem a la puerta del ganado, un estanque", etc.; que no hay alusión al martirio de Pedro como ocurrido según la predicción en el cap. 21:18, cosa demasiado bien conocida para necesitar atención. Que fué compuesto mucho después de la destrucción de Jerusalén y después del fallecimiento de todos los demás apóstoles, es casi seguro, aunque la fecha exacta no se puede determinar. Probablemente fué antes de su exilio, sin embargo; y si lo fechamos entre los años 90 y 94, probablemente estaremos cerca de la verdad.

En cuanto a los lectores para quienes fué inmediatamente destinado, que eran gentiles naturalmente podríamos suponer por lo tarde de la fecha; pero la multitud de explicaciones de cosas familiares a todo judío, pone esto fuera de toda duda.
Jamás hubo duda acerca de la legitimidad y autenticidad de este Evangelio sino hacia fines del siglo pasado, ni fueron estas dudas expresadas en algún ataque formal contra él; hasta que Bretschneider, en 1820, publicara su famoso tratado ("Probabilia", etc.), las conclusiones del cual él no fué bastante cándido para reconocer, habían sido confutadas satisfactoriamente. Referirnos a estas conclusiones sería tan penoso como innecesario; pues consisten en la mayor parte en afirmaciones acerca de los discursos de nuestro Señor registrados en este Evangelio, las cuales son repugnantes a toda mente espiritual. La escuela Tübingen hizo todo lo posible, según su manera peculiar de razonamiento, para infundir vida en esta teoría de la fecha postjoanina del Cuarto Evangelio; y algunos críticos unitarios en este país todavía se adhieren a ella. Pero para usar el lenguaje sorprendente de Van Osterzee acerca de especulaciones similares sobre el Tercer Evangelio: "He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán" (Hechos 5:9), damos el resultado en este esfuerzo destructivo. ¿Hay una mente de la menor elevación de discernimiento espiritual que no vea en este Evangelio señales de verdad histórica y una gloria sobresaliente cual ninguno de los otros Evangelios posee, por brillantemente como ellos también atestiguan su propia veracidad; y quien no esté listo a decir que si no es históricamente verdadero, y verdadero tal como está, nunca habría podido ser compuesto ni concebido por hombre mortal?

De las peculiaridades de este Evangelio, haremos notar aquí sólo dos. La una es su carácter meditativo. Mientras que las otras son puramente narrativas, el cuarto evangelista "se detiene, como si fuese, a cada vuelta", como dice Da Costa ("Cuatro Testigos", p. 234), "una vez para dar una razón, otra vez para fijar la atención, para sacar alguna consecuencia, o hacer aplicaciones, o dar salida a palabras de alabanza". Véanse los caps. 2:20, 21, 23-25; 4:1, 2; 7:37-39; 11:12, 13, 49-52; 21:18, 19, 22, 23. La otra peculiaridad es su carácter suplementario. Por esto, en el caso presente, queremos decir algo más que el cuidado con el cual omite muchos incidentes muy importantes en la vida de nuestro Señor, por ningún motivo concebible sino que eran bien conocidos por todos sus lectores, por medio de los tres Evangelios anteriores, y que él sustituye en lugar de éstos una cantidad inmensa de material riquísimo no hallado en los otros Evangelios. Nos referimos aquí más particularmente a la naturaleza de los acontecimientos agregados que distinguen este Evangelio; particularmente las menciones de las diferentes Pascuas que ocurrieron durante el ministerio público de nuestro Señor, y la documentación de sus enseñanzas en Jerusalén sin la cual, no es decir demasiado, no habríamos podido tener sino un concepto muy imperfecto tanto de la duración de su ministerio como del plan de él. Pero otro rasgo de estos acontecimientos agregados es bien evidente y no menos importante. "Hallamos", para usar otra vez las palabras de Da Costa (pp. 238, 239), algo abreviadas, "sólo seis de los milagros de nuestro Señor relatados en este Evangelio, pero éstos son todos de la clase más notable, y sobrepujan a los demás en profundidad, especialidad de aplicación, y plenitud de sentido. De estos seis sólo hallamos uno en los otros tres Evangelios: el de la multiplicación de los panes. Parecería que principalmente este milagro por causa de las instrucciones importantes para las cuales el milagro sirve de ocasión (cap. 6), se relata aquí de nuevo. Las otras cinco muestras del poder divino se distinguen de entre las muchas relatadas en los otros Evangelios, por el hecho de que proveen un despliegue superior de poder y mando sobre las leyes y el curso ordinarios de la naturaleza. Así hallamos relatado aquí el primero de todos los milagros que Jesús obró, el de cambiar el agua en vino (cap. 2), la curación del hijo del príncipe a la distancia (cap. 4); de las numerosas curaciones de los cojos y paralíticos por la palabra de Jesús, sólo una, la del hombre impotente por treinta y ocho años (cap. 5); de las muchas curaciones de los ciegos, sólo una, la del hombre ciego de nacimiento (cap. 9); la restauración de Lázaro no del lecho de muerte, como la hija de Jairo, ni del féretro, como el hijo de la viuda de Naín, sino del sepulcro, y después de estar allí cuatro días, volviendo a la corrupción (cap. 11); y finalmente, después de su resurrección, la pesca milagrosa en el mar de Tiberias (cap. 21). Pero todos éstos se relatan principalmente para dar ocasión para documentar aquellos discursos y conversaciones asombrosos, lo mismo con amigos y con enemigos, con sus discípulos y con la multitud que los milagros atrajeron".

Otras ilustraciones de las peculiaridades de este Evangelio se presentarán, y otros puntos relacionados con él han de ser notados, en el curso del Comentario.

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