Marco 5:1-43

1 Fueron a la otra orilla del mar, a la región de los gadarenos.

2 Apenas salido él de la barca, de repente le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo.

3 Este tenía su morada entre los sepulcros. Y nadie podía atarlo ni siquiera con cadenas,

4 ya que muchas veces había sido atado con grillos y cadenas pero él había hecho pedazos las cadenas y desmenuzado los grillos. Y nadie lo podía dominar.

5 Continuamente, de día y de noche, andaba entre los sepulcros y por las montañas gritando e hiriéndose con piedras.

6 Cuando vio a Jesús desde lejos, corrió y le adoró.

7 Y clamando a gran voz dijo: — ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.

8 Pues Jesús le decía: — Sal de este hombre, espíritu inmundo.

9 Y le preguntó: — ¿Cómo te llamas? Y le dijo: — Me llamo Legión, porque somos muchos.

10 Y le rogaba mucho que no los enviara fuera de aquella región.

11 Allí cerca de la montaña estaba paciendo un gran hato de cerdos.

12 Y le rogaron diciendo: — Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos.

13 Jesús les dio permiso. Y los espíritus inmundos salieron y entraron en los cerdos; y el hato, como dos mil cerdos, se lanzó al mar por un despeñadero y se ahogaron en el mar.

14 Los que apacentaban los cerdos huyeron y dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y fueron para ver qué era lo que había pasado.

15 Llegaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo.

16 Los que lo habían visto les contaron qué le había pasado al endemoniado y lo de los cerdos,

17 y ellos comenzaron a implorar a Jesús que saliera de sus territorios.

18 Y mientras él entraba en la barca, el que había sido poseído por el demonio le rogaba que le dejara estar con él.

19 Pero Jesús no se lo permitió sino que le dijo: — Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas ha hecho el Señor por ti, y cómo tuvo misericordia de ti.

20 Él se fue y comenzó a proclamar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él, y todos se maravillaban.

21 Cuando Jesús hubo cruzado de nuevo en la barca a la otra orilla, se congregó alrededor de él una gran multitud. Y él estaba junto al mar.

22 Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo. Cuando lo vio, se postró a sus pies

23 y le imploró mucho diciendo: — Mi hijita está agonizando. ¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva y viva.

24 Jesús fue con él. Y lo seguía una gran multitud, y lo apretujaban.

25 Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años.

26 Había sufrido mucho de muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, y de nada le había aprovechado; más bien, iba de mal en peor.

27 Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto

28 porque ella pensaba: “Si solo toco su manto, seré sanada”.

29 Al instante se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote.

30 De pronto, Jesús, reconociendo dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo: — ¿Quién me ha tocado el manto?

31 Sus discípulos le dijeron: — Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: “¿Quién me tocó?”.

32 Él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto.

33 Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él y le dijo toda la verdad.

34 Él le dijo: — Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote.

35 Mientras él aún hablaba, vinieron de la casa del principal de la sinagoga diciendo: — Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestas más al Maestro?

36 Pero Jesús, sin hacer caso a esta palabra que se decía, dijo al principal de la sinagoga: — No temas; solo cree.

37 Y no permitió que nadie lo acompañara, sino Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo.

38 Llegaron a la casa del principal de la sinagoga, y él vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho.

39 Y al entrar les dijo: — ¿Por qué hacen alboroto y lloran? La niña no ha muerto sino que duerme.

40 Ellos se burlaban de él. Pero él los sacó a todos, y tomó al padre y a la madre de la niña y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña.

41 Tomó la mano de la niña y le dijo: — Talita, cumi (que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate).

42 Y en seguida la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y quedaron atónitos.

43 Él les mandó estrictamente que nadie lo supiera y ordenó que le dieran a ella de comer.

CAPITULO 5

Curación Gloriosa del Endemoniado Gadareno (vv. 1-20).

1. Y vinieron de la otra parte de la mar a la provincia de los Gadarenos. 2. Y salido él del barco, luego [véase v. 6] le salió al encuentro, de los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo—“que tenía demonios ya de mucho tiempo” (Lucas 8:27). En Mateo (Lucas 8:28): “le vinieron al encuentro dos endemoniados”. Aunque no haya discrepancia entre estos dos relatos, más que el testimonio de dos testigos: uno de los cuales da testimonio de algo hecho a una persona, mientras que el otro afirma que había dos, es difícil ver cómo los detalles principales dados a qui pudieran aplicarse a más de una persona.

3. Que tenía domicilio en los sepulcros—Lucas (Lucas 8:27) dice: “Y no vestía vestido, II estaba en casa”. Estos sepulcros eran cavados en las cavernas peñascosas del lugar, y servían de refugios y escondites

4. Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, etc.—Lucas (Lucas 8:29) dice: “ya de mucho tiempo le arrebataba” (el espíritu inmundo); y le guardaban preso con cadenas y grillos; mas rompiendo las prisiones, era agitado del demonio por los desiertos”. El obscuro poder tiránico por el cual era dominado, lo investía de una fuerza sobrehumana, y hacía que se burlase de las limitaciones. Mateo (Lucas 8:28) dice que era “fiero en gran manera, que nadie podía pasar por aquel camino”. Infundía terror a toda la comarca.

5. Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con las piedras—Aunque él era un terror para los demás, él mismo sufría miserias indecibles, para calmar las cuales buscaba alivio derramando lágrimas y sintiendo la tortura que él mismo se infligía.

6. Y como vió a Jesús de lejos, corrió, y le adoró—no con una vivacidad espontánea que dijese a Jesús: “Atráeme, y correre tras de ti”; sino sintiéndose interiormente obligado para presentarse rápidamente ante el Juez, para recibir la sentencia de expulsión.

7. ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes—o, como en Mateo 8:29 : “¿has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” Véase la nota sobre el cap. 1:24. ¡He aquí al atormentador, que prevee, teme y pide exención de tormentos! En Cristo ven ellos a su atormentador predestinado. Saben que el tiempo de su destrucción está fijado y ellos sienten como si ya hubiera llegado. (Santiago 2:19).

8. Porque le decía—es decir, antes que clamara el espíritu inmundo—Sal de este hombre, espíritu inmundo—Generalmente, la obediencia a un mandamiento de esta naturaleza era inmediata. Pero aquí cierta demora es permitida a fin de manifestar tanto más señaladamente el poder de Cristo y lograr sus propósitos.

9. Y le preguntó: ¿Cómo te llamas?—El objeto de esta pregunta fué el de extraer una declaración que describiera la virulencia del poder demoníaco que tenía esclavizada a aquella pobre víctima. Y respondió diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos—o, como en Lucas (Santiago 8:30): “Porque muchos demonios habían entrado en él”. Una legión, en el ejército romano, cuando tenía su contingente completo, contaba con seis mil soldados; pero aquí la palabra es usada, como lo hacemos nosotros con muchas otras palabras semejantes, por un número indefinidamente grande, bastante grande en este caso, como para arrojar dos mil puercos al mar y destruirlos.

10. Y le rogaba mucho que no le enviase fuera de aquella provincia—El ruego, como ha de notarse, fué hecho por un espíritu, pero a favor de muchos. Lucas (Santiago 8:31) dice: “le rogaban que no los mandase”. Su siguiente petición (v. 12) aclara bien este punto. [Notamos aquí un pequeño error en nuestra versión española. El v. 10 debería leerse: “y le rogaba mucho que no los enviase”, etc. Nota del Trad.]

11. Y estaba allí cerca del monte—En Mateo 8:30, se dice que “estaba lejos de ellos”. Pero estas dos expresiones, lejos de ser inconsecuentes, sólo confirman, por su precisión, la exactitud minuciosa del relato—una grande manada de puercos paciendo—No puede haber duda de que los dueños de los puercos eran judíos puesto que a ellos había venido el Señor para ofrecer sus servicios. Esto explicará lo que sigue.

12. Y le rogaron todos los demonios, diciendo—“Si nos echas” (Mateo 8:31)—Envíanos a los puercos para que entremos en ellos—Si ellos hubieran dicho todo lo que tenían en su mente, tal vez éstas hubieran sido sus palabras: “Si tenemos que dejar nuestro dominio sobre este hombre, permite que continuemos nuestra obra dañina en otra forma: que entrando en estos puercos, y destruyendo así la propiedad de la gente, podamos endurecer sus corazones contra ti”.

13. Y luego Jesús se lo permitió—En Mateo este permiso es dado con una brevedad majestuosa: “Id”. Si los dueños eran judíos, ellos estaban manejando un negocio ilegal; si paganos, insultaban la religión nacional: en cualquier caso el permiso fué justo. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los puercos, y la manada cayó—o, “se precipitó”—por un despeñadero—“por un peñasco sobresaliente”—en la mar; los cuales eran como dos mil—El número de los puercos es dado sólo por nuestro evangelista gráfico—y en la mar se ahogaron—o, “murieron en las aguas” (Mateo 8:32).

14. Y los que apacentaban los puercos huyeron, y dieron aviso—“contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados” (Mateo 8:33)—en la ciudad y en los campos. Y salieron para ver qué era aquello que había acontecido—Así tuvieron la evidencia tanto de los porqueros como de sus propios sentidos, acerca de la realidad de ambos milagros.

15. Y vienen a Jesús—Mateo (Mateo 8:34) dice: “Y he aquí toda la ciudad salió a encontrar a Jesús”—y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado—“a los pies de Jesús”, agrega Lucas (Mateo 8:35), en contraste con sus anteriores costumbres salvajes y vagabundas—y vestido—Como nuestro evangelista no había dicho que “no vestía vestido” (Lucas 8:27), el sentido de esta aserción sólo podría ser conjeturado, si no hubiera sido asentado por el “médico amado” quien suple este detalle aquí. Este es un caso admirable de lo que podríamos llamar coincidencias providenciales entre los diferentes evangelistas: en que uno de ellos da por supuesta una cosa, como conocida generalmente, pero que nunca habríamos sabido, si no fuese que alguno o algunos de los otros lo contaran, y serían incomprensibles algunas de sus aserciones sin el conocimiento dado por otros. La ropa cuya falta sentiría el pobre hombre, en el momento en que recuperó el sentido, fué sin duda provista por alguno de los Doce—y en su juicio cabal—pero ¡Oh, cuánto más elevado! (Compárese con un caso análogo, aunque de una clase diferente en Daniel 4:34). y tuvieron miedo—Si hubiese sido asombro solamente, habría sido del todo natural; pero otros sentimientos, de carácter más sombrío, pronto se manifestaron.

16. Y les contaron los que lo habían visto, cómo había acontecido al que había tenido el demonio, y lo de los puercos—Así tuvieron el doble testimonio de los porqueros y de sus propios sentidos.

17. Y comenzaron a rogarle que se fuese de los términos de ellos—¿Fueron sólo los dueños de la propiedad estimable, ahora perdida, los que hicieron esto? Por desgracia, no. Porque Lucas dice (Daniel 8:37): “Entonces toda la multitud de la tierra de los Gadarenos alrededor, le rogaron que se fuese de ellos; porque tenían gran temor”. Los espíritus inmundos, pues, habían logrado su propósito. El pueblo irritado no pudo soportar la presencia de Jesús; y su temor no les permitió mandarle que se fuese; de modo que le rogaban que se retirara, y él tomó la palabra de ellos por lo que era.

18. Y entrando él en el barco, le rogaba el que había sido fatigado del demonio, para estar con él—el corazón agradecido, recientemente librado de los demonios, ansiaba unirse con su maravilloso Bienhechor.

19. Mas Jesús no le permitió, etc.—El ser misionero de Cristo en la región donde él era tan conocido y por tanto tiempo temido. fué una vocación mucho más noble que la de seguir al Señor allá donde nadie le había conocido, y donde otros trofeos no menos ilustres podrían ser producidos por el mismo poder y gracia.

20. Y se fué, y comenzó a publicar—no sólo entre sus amigos, a quienes Jesús le envió inmediatamente, sino—en Decápolis—así llamada por ser una región de diez ciudades. (Véase el comentario sobre Mateo 4:25)—cuán grandes cosas Jesús había hecho con él: y todos se maravillaban—Por toda aquella región importante proclamó a su nuevo Señor, este hombre que había sido objeto de la misericordia divina, y algunos, como es de esperarse, hicieron algo más que “maravillarse”.

21-43. LA HIJA DE JAIRO RESTAURADA A LA VIDA—LA MUJER CON FLUJO DE SANGRE SANADA. (Pasajes paralelos, Mateo 9:18; Lucas 8:41). La fecha de esta escena aparecerá luego.

La Hija de Jairo (vv. 21-24).

21. Y pasando otra vez Jesús en un barco a la otra parte—del lado gadareno del lago, donde había sanado al endemoniado, hasta el lado occidental, a Capernaum—se juntó a él gran compañía—la cual “recibióle..; porque todos le esperaban” (Lucas 8:40). La enseñanza abundante de aquel día (cap. 4:1, etc., y Mateo cap. 13) sólo había despertado el apetito del pueblo. Aunque, según parece, sufrieron una decepción porque los había dejado en la tarde para cruzar el lago, ellos aun esperaban en la costa quizás debido a alguna insinuación hecha por alguno de sus discípulos, de que Jesús volvería en la misma tarde. Tal vez algunos de ellos pudieron presenciar, desde lejos el apaciguamiento de la tempestad. La popularidad del Señor estaba creciendo rápidamente. y estaba junto a la mar. 22. Y vino uno de los príncipes de la sinagoga—de cuya clase sólo unos pocos creían en Jesús (Juan 7:48). Según la forma de este relato uno supondría que este príncipe había estado con la multitud en la ribera esperando ansioso el regreso de Jesús, e inmediatamente a su llegada había trabado conversación con él. Pero Mateo (Juan 9:18) nos dice que el príncipe vino a Jesús, cuando éste hablaba sobre el tema del ayuno, a la misma mesa de Mateo; y hemos de suponer que este convertido publicano debió saber lo que sucedió en aquella ocasión memorable, cuando hizo esta fiesta a su Señor. Así pues, concluímos que el orden correcto de los acontecimientos es indicado sólo por el primer evangelista. llamado Jairo—o “Jaiero”. Es el mismo nombre que Jair en el Antiguo Testamento (Números 32:41; Jueces 10:3; Ester 2:5). y luego que le vió, se postró a sus pies—En Mateo (9:18) se dice que “le adoraba.” El sentido es igual en ambos casos.

23. Y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija—Lucas (8:42) dice: “tenía una hija única, como de doce años”. Lit., “mi hijita”. Según un rabino bien conocido, citado por Lightfoot, una hija, hasta cumplir los doce años, era llamada “pequeña”; después, “jovencita”—está a la muerte—Mateo lo dice así: “Mi hija es muerta poco ha”, o “acaba de morir”. La noticia de su muerte llegó al padre después de la curación de la mujer con flujo de sangre; pero el relato breve de Mateo no da sino el resultado, como en el caso del siervo del centurión (Mateo 8:5, etc.). ven y pondrás las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá—o “para que sea sanada y viva”, según una lección del todo preferible. Esta fe de parte de uno que pertenecía a una clase tan empapada en prejuicios, significaba más que en otras personas.

La Mujer con Flujo de Sangre Sanada (vv. 23-34).

24. Y fué con él, y le seguía gran compañía, y le apretaban. 25, 26. Y una mujer … había sufrido mucho de muchos médicos—La expresión tal vez no se refiere necesariamente al sufrimiento que soportaba bajo el tratamiento médico, sino al tratamiento muy variado que había tenido.—y había gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor—Un caso patético, y sensiblemente agravado que ilustra nuestro estado natural como criaturas caídas (Ezequiel 16:5), y enseña cuán ineficaces son los remedios humanos contra las enfermedades espirituales (Oseas 5:13). El alto propósito de todos los milagros de sanidad que efectuó nuestro Señor, sugiere irresistiblemente esta manera de considerar los casos como el presente. La exactitud de esta opinión aparecerá todavía más claramente, a la medida que avancemos.

27. Como oyó hablar de Jesús, llegó—Sin duda ella había oído de sus curaciones maravillosas; y oyendo de éstas, junto con su amarga experiencia al consultar a otros médicos, había sido bendecida con el despertamiento en su alma de una firme confianza en que aquel que tan de buena gana había obrado tales curaciones en otros, podía y no se negaría a sanarla a ella también. por detrás entre la compañía—escondiéndose, mas buscando a Jesús—y tocó su vestido—Según la ley ceremonial, el contacto con alguna mujer que tuviese esta enfermedad, habría contaminado a la persona tocada. Algunos creen que el conocimiento de esto habría podido explicar por qué ella se acercaba furtivamente entre la compañía por detrás y que no tocaramas que el borde de su vestido. Pero por intuición, y como resultado de la fe que la trajo a Jesús, sabía que aquel tacto podría librarla a ella de la enfermedad contaminante y que este maravilloso Médico estaría por encima de semejantes leyes ceremoniales.

28. Porque decía—“entre sí” (Mateo 9:21)—Si tocare tan solamente su vestido, seré salva—es decir: “Si sólo puedo llegar de alguna manera al contacto con este glorioso Médico”. ¡Qué fe tan maravillosa!

29. Y luego la fuente de su sangre se secó—No sólo se estancó el flujo de sangre (Lucas 8:44), sino que la causa del mismo fué del todo quitada, de manera que por sus sensaciones corporales ella supo inmediatamente que estaba perfectamente sanada.

30. Y luego Jesús, conociendo en sí mismo la virtud—o “eficacia”—que había salido de él—Jesús era consciente de la salida de su poder sanador, el cual no era, como en los profetas y apóstoles, algo ajeno a su Persona, sino que estaba permanentemente dentro de él como su “propia plenitud”—volviéndose a la compañía—o “multitud”—dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? 31. Y le dijeron sus discípulos—Lucas dice (Lucas 8:45): “Y negando todos, dijo Pedro y los que estaban con él: Maestro”—Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?—¿Preguntas tú, Señor: quién te tocó? Más bien debes preguntar: ¿Quién no me tocó? pues es grande la multitud. “Y Jesús dijo: Me ha tocado alguien”, o una persona definida me ha tocado, “porque yo he conocido que ha salido virtud de mí” (Lucas 8:46). Sí; la gente le atropellaba y apretaba; le codeaba, pero involuntariamente; eran meramente llevados por la muchedumbre; pero alguien, cierta persona le había tocado con tacto consciente, voluntario, dependiente de la fe; había extendido su mano expresamente para estar en contacto con él. A esta persona y a esta sola reconoce y busca Jesús. De la misma manera, como hace tiempo dijo Agustín, las multitudes todavía llegan igualmente cerca de Cristo y sus medios de gracia; pero se acercan sin ningún propósito, y son sólo arrastradas por la multitud. El contacto voluntario, guiado por una fe viva, es el único medio para alcanzar la virtud salvadora que Jesús ofrece.

32. Y él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto—no con el fin de llamar a cuentas a un reo, sino, como veremos luego, para recibir de la persona sanada un testimonio de lo que él había hecho por ella.

33. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en sí había sido hecho—alarmada, como naturalmente lo sería una mujer humilde y tímida, ante la necesidad de hacer una manifestación pública, pero consciente de su caso que tenía una historia que hablaría por ella—vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad—Lucas (Lucas 8:47) dice: “Entonces, como la mujer vió que no se había ocultado, vino temblando, y postrándose delante de él declaróle delante de todo el pueblo la causa por qué le había tocado, y cómo luego había sido sana”. Esto, aunque puso a prueba la modestia de la mujer creyente, fué precisamente lo que deseaba Cristo al exponerla a la vista de todos: Un testimonio público de su curación, la descripción de su enfermedad, con sus esfuerzos inútiles para obtener su curación, y el alivio instantáneo y perfecto que le produjo el acto de tocar al Gran Médico.

34. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva: ve en paz, y queda sana de tu azote—Aunque fué sanada en el momento que creyó, a ella le parecía que había robado su sanidad y temía declararla. Jesús, pues, da su aprobación real a su conducta. ¡Pero qué gloriosa despedida de labios de aquel que es “nuestra paz”, cuando dice: “Ve en paz”!

La Hija de Jairo Restaurada a la Vida (vv. 35-43).

35. Tu hija es muerta; ¿para qué fatigas más al Maestro? 36. Mas luego Jesús … dijo al príncipe de la sinagoga: No temas, cree solamente—Jesús, sabiendo cómo el corazón del padre atribulado desfallecería al oír tales noticias, y los pensamientos tristes que vendrían a su mente si se hubiera tardado en contestar, se apresura a alentarle, y lo hace en la forma acostumbrada diciéndole: “No temas, cree solamente”. ¡Palabras poderosas de valor inmutable! ¡Cuán vívidamente tales incidentes dejan ver el conocimiento que Cristo tiene del corazón humano, y su tierna simpatía! (Hebreos 4:15).

37. Y no permitió que alguno viniese tras él sino Pedro, y Jacobo, y Juan hermano de Jacobo—Véase el comentario sobre el cap. 1:29.

38. vino a casa del príncipe de la sinagoga, y vió el alboroto, los que lloraban y gemían mucho—“los tañedores de flautas, y la gente que hacía bullicio” (Mateo 9:23), lamentando la muerte de la niña. (Véase 2 Crónicas 35:25; Jeremias 9:20; Amós 5:16).

39. Y entrando, les dice: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La muchacha no es muerta, mas duerme—tan breve fué el tiempo que estuvo muerta que sería más parecido a un corto sueño.

40. Y hacían burla de él—más bien, “se reían de él”, “sabiendo que estaba muerta” (Lucas 8:53). Este es un testimonio importante a la realidad de su muerte. mas él, echados fuera todos—La expresión en el original es fuerte: “cuando hubo echado a todos afuera”; es decir, a todos los que estaban haciendo bullicio, y algunos otros que hubieran estado allí por simpatía, a fin de que estuviesen presentes sólo aquellos que habían sido más afectados, y los que él había traído como testigos del gran acto que estaba por ser obrado—toma al padre y a la madre de la muchacha, y a los que estaban con él—Pedro, Jacobo y Juan—y entra donde la muchacha estaba. 41. Y tomando la mano de la muchacha—como había tomado la de la suegra de Pedro (cap. 1:31)—le dice: Talitha cumi—Las palabras son arameas, o sirocaldeas, el idioma entonces común en Palestina. A Marcos le gusta asentar tales palabras así como eran pronunciadas. Véase el cap. 7:34; 14:36).

42. Y luego la muchacha—La palabra es diferente de la de los vv. 39, 40, 41, y significa “doncella joven” o “niña pequeña” se levantó, y andaba—detalle vívido dado evidentemente por un testigo ocular—porque tenía doce años. Y se espantaron de grande espanto—El lenguaje aquí usado es el más fuerte.

43. Mas él les mandó mucho que nadie lo supiese—El único motivo que podemos atribuir a esto, es su deseo de no permitir que el sentimiento público tocante a él llegara demasiado precipitadamente a una crisis—y dijo que le diesen de comer—como una señal de restauración completa.

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