LIBRO DE SOFONIAS

INTRODUCCION

SOFONIAS, el noveno en el orden de los profetas menores, profetizó "en los días de Josías (1:1), eso es, entre los años 642 y 611 a. de J. C. El nombre significa "Jehová ha guardado," lit., escondido (Salmo 27:5; Salmo 83:3). El hecho de que en el encabezamiento introductorio se especifique, no solamente a su padre, sino también a su abuelo, a su bisabuelo, y a su tatarabuelo, denota que éstos fueron personas de renombre, o bien, la intención fué para distinguirlo de otro Sofonías notable del tiempo de la cautividad. La suposición de los judíos, de que las personas inscritas como antecesores de un profeta eran también dotadas del espíritu profético, no parece tener fundamento. Sin embargo no existe la imposibilidad de que el tatarabuelo de Sofonías, fuese el rey Ezequías, por el número de generaciones; porque el reinado de Ezequías de veintinueve años y el de su sucesor de cincuenta y cinco años, admiten entre ellos la interposición de cuatro generaciones. Con todo, la omisión de la designación, "rey de Judá," es fatal a tal teoría (véase Proverbios 25:1; Isaías 38:9).

El debe haber actuado en la primera parte del reinado de Josías. En el 2:13-15 él predice la destrucción de Nínive, la cual ocurrió en el año 625 a. de J. C.; y en el 1:4 denuncia las varias formas de idolatría, especialmente la de Baal. Ahora la reforma de Josías empezó en el año duodécimo de su reinado y se completó en el décimoctavo. Sofonías, por lo tanto, al denunciar la adoración de Baal, cooperó con aquel buen rey en sus esfuerzos, y así debe haber profetizado en alguna parte del período indicado entre los años 12 y 18 de dicho reinado. El silencio de los libros históricos no es argumento contra esto, así como el mismo podría aplicarse igualmente al mismo tiempo contra la existencia profética de Jeremías. La tradición judía dice que Sofonías tuvo por colegas suyos a Jeremías, cuya esfera de labor fué las vías públicas y los mercados, y a Hulda la profetisa, quien ejerció su vocación en el colegio de Jerusalén.
La profecía empieza con el pecado de la nación y la terrible retribución del castigo que venía por manos de los caldeos. Estos no son mencionados por nombre, como en Jeremías; porque las profecías de éste, estando cerca de su cumplimiento, se vuelven más explícitas que aquéllas, de una fecha más antigua. El segundo capítulo condena a los estados perseguidores de las cercanías tanto como a Judea misma. El tercer capítulo denuncia a Jerusalén, pero concluye con la promesa de su gozoso restablecimiento en la teocracia.

El estilo, aunque no generalmente sublime, es gráfico y vívido en detalles (véase 1:4-12). El lenguaje es puro, y libre de arameísmos. Hay coincidencias ocasionales con profetas anteriores (véase 2:14, con Isaías 34:11; Isaías 2:15, con Isaías 47:8; Isaías 3:10, con Isaías 18:1; Isaías 2:8, con Isaías 16:6; también 1:5, con Jeremias 8:2; Jeremias 1:12, con Jeremias 48:11). Tales coincidencias en parte surgen de la fraseología de la poesía profética hebrea, que era el lenguaje común de la inspirada hermandad. El Nuevo Testamento, en Romanos 15:6, parece referirse a Sofonías 3:9.

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