A partir del séptimo versículo del capítulo anterior, comienza como si fuera la tercera parte del Apocalipsis que contiene la venida del anticristo, el gran día del juicio, el castigo de los impíos y la felicidad eterna de los elegidos de Dios en el cielo o en el la Jerusalén celestial, que San Juan describe en este capítulo como si fuera una gran ciudad, embellecida y enriquecida con oro y toda clase de piedras preciosas, etc. (Witham)

Bajando de Dios del cielo. Por ciudad debemos entender a sus ciudadanos, los Ángeles y santos. (Witham) --- Justicia, inocencia, las buenas obras de los santos, son los adornos de los habitantes de esta nueva Jerusalén, la Iglesia triunfante. Si el mundo del viejo Adán ha parecido tan hermoso, tan magnífico, buen Dios, ¿cuáles serán las riquezas de lo que se hizo para Jesucristo, el segundo Adán, y para sus miembros? ¡Oh Jesús! Padre del mundo venidero, haznos dignos de este mundo nuevo y eterno, y danos un disgusto, un odio mortal por aquello que perece y que es la causa de nuestra perdición.

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