Si, después de todas las extraordinarias oportunidades de instrucción que los apóstoles habían tenido de la boca de nuestro divino Salvador, todavía era necesario que él les infundiera una nueva luz, abriéndoles la mente para comprender las Escrituras; ¿Qué debemos pensar de los presuntuosos intentos de la numerosa tribu de modernos intérpretes inspirados por sí mismos, que siempre están dispuestos a descartar la palabra del Señor? aunque tan perfectamente ignorantes que su autoridad, lejos de ser admitida, sería ridiculizada hasta el desprecio, ¿intentarían explicar la menor dificultad, sobre el tema más indiferente de la literatura profana? ¡Hasta tal punto se ha extendido el espíritu de seducción en la actualidad! (Haydock)

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