Porque ha subido a mis oídos tu furor contra mí y tu tumulto, de cuya arrogante seguridad se jactaba, pondré mi garfio en tu nariz, como se hace en la domesticación de animales salvajes, y mi freno en tus labios, como en manejando caballos enérgicos, y te haré retroceder por el camino por donde viniste, sin haber alcanzado su objetivo. Después de esta reprimenda del enemigo, el Señor, a través de Su profeta, animó a Ezequías y Judá.

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