Y cuando llegó al hombre de Dios en la colina, lo agarró de los pies, se postró ante él y lo agarró de las rodillas en el poder abrumador de su dolor. Pero Giezi se acercó para apartarla, pues consideró impropio que el profeta fuera exhortado de esa manera. Y el varón de Dios dijo: Déjala; porque su alma está turbada dentro de ella, llena de amargas preguntas, y el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha dicho.

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