Y el rey designó al señor en cuya mano se apoyaba, su ayudante, para que estuviera a cargo de la puerta, para mantener el orden y prevenir accidentes; y el pueblo, sobreexcitado como estaba y no dispuesto a escuchar sus órdenes, lo pisoteó en la puerta, derribándolo con rudeza y aplastándolo hasta la muerte. Y murió, como había dicho el varón de Dios, que había dicho cuando el rey descendió a él.

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