Y Dios le abrió los ojos y vio un pozo de agua. Y ella fue, llenó la botella de agua y le dio de beber al muchacho. La ayuda había estado tan cerca, pero Agar, en su propia condición exhausta, no había notado el manantial que brotaba a poca distancia. Ahora ella llenó la piel que llevaba y refrescó a su hijo, salvándole así la vida.

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