cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder; que anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

En tales condiciones ideales, con una audiencia atenta y entusiasta, debe haber sido un placer inusual predicar el Evangelio. Y Peter aprovechó al máximo la ocasión. Comenzó solemnemente su discurso afirmando que ahora, de una verdad, comprendía y comprendía plenamente que Dios no hace acepción de personas, literalmente, que no mira el rostro de las personas. La apariencia, la forma y el porte de las personas no influyen en el juicio del Señor.

En cada nación del mundo, el que verdaderamente teme al Señor, que tiene su corazón vuelto hacia Él con fe confiada y hace justicia, muestra con toda su manera de vivir que el temor del Señor lo impulsa en todos sus hechos, él es aceptable a Dios. Esta declaración inclusiva hizo a un lado los lazos restrictivos del pacto mosaico y resultó ser la nota clave de toda la obra misional de la Iglesia desde ese momento en adelante.

La recepción de la salvación merecida por Jesucristo ya no está condicionada por la nacionalidad, sino por la condición del corazón. El llamado a la redención se extiende a todos los hombres, independientemente de su color, raza e idioma. Después de que se hubo declarado esta gran verdad introductoria y fundamental, Pedro pudo lanzarse a su tema favorito, el Evangelio de Jesucristo. Les dijo a sus oyentes que ya conocían tres hechos.

Conocían la Palabra que había sido enviada a los hijos de Israel como un mensaje evangélico de Dios, trayendo las buenas y gloriosas noticias de paz por medio de Jesucristo. Este último Pedro, entre paréntesis, distingue de los profetas y apóstoles ordinarios, los siervos de la Palabra, como el Señor sobre todo, declarando así Su deidad. Además sabían, les dice, el hecho histórico de que la Palabra acerca de Jesús fue dada a conocer, publicada, por Él mismo, en Su ministerio profético, comenzando en Galilea, después del bautismo que predicó Juan.

Y finalmente supieron acerca de la persona de Jesucristo de Nazaret, es decir, que Dios mismo lo ungió con el Espíritu Santo y con poder, quien luego viajó por el país haciendo el bien, realizando milagros como Benefactor de la humanidad y sanando a todos los que fueron mantenidos en sujeción por el diablo, como el Señor y Maestro, ante quien los espíritus de las tinieblas deben inclinarse; porque Dios estaba con él. Estos hechos, con los que sus oyentes estaban familiarizados en todo o en parte, Pedro los imprime como hechos cuyo conocimiento es necesario para la salvación. Tenga en cuenta que Pedro también enfatiza la deidad de Jesús en la última declaración, que dice que las dos naturalezas inalteradas están unidas en la persona de Cristo.

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