Y cuando no pude ver por la gloria de esa luz, siendo guiado por la mano de los que estaban conmigo, llegué a Damasco.

La primera parte del discurso de Paul no solo tenía la intención de despertar simpatía por él mismo, sino también curiosidad sobre la razón por la que había cambiado tan completamente en sus puntos de vista. La explicación se da en esta parte, con mucha viveza y atención al detalle. Le sucedió, cuando había hecho el viaje para el que había obtenido credenciales de las autoridades judías, y se había acercado a la ciudad de Damasco, que hacia el mediodía, al mediodía, con el sol en todo su esplendor, de repente, sin advertencia, brilló a su alrededor una luz del cielo, cuyo brillo superaba con creces al del sol.

Se había caído al suelo firme, al pavimento, del camino, y había escuchado y comprendido una voz que le hablaba: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Ante su asombrada pregunta sobre la identidad de la voz, que él mismo había atribuido al Señor, a Jesús, que se le había aparecido en la luz, había recibido esta información, que era Jesús de Nazaret mismo, el Uno a quien perseguía en sus discípulos, que se le había aparecido aquí.

Sus compañeros habían visto la luz sobrenatural, sin embargo, sin ver a Jesús, y aunque habían escuchado el sonido de una voz, no habían entendido las palabras que se habían dicho. Ver el cap. 9: 3-7. Ante su más tímida pregunta sobre qué debía hacer ahora, el Señor le había dado instrucciones para que se levantara y fuera a la ciudad de Damasco, donde se le informaría acerca de todo lo que le había sido designado para hacer.

El Señor lo había arreglado todo de antemano; toda su vida y todas las vicisitudes de su vida habían sido trazadas por Jesús; su trabajo para el resto de su vida fue completamente ordenado y planeado. Y la visión, junto con la voz, no había sido un producto de su propia imaginación, porque la gloria celestial de la luz que lo había envuelto lo había dejado ciego; no podía usar sus ojos, ellos rechazaron su servicio.

Tuvo que ser conducido de la mano, siendo su ceguera absoluta, por los que estaban con él, y así entró en la ciudad. Así se efectuó la conversión de Pablo, y así tiene lugar la conversión de cada persona. No hay ninguna inclinación, disposición o propensión especial en ningún ser humano por la fe en Jesús el Salvador, pero la regeneración es enteramente una obra del poder y la misericordia de Dios. Dios cambia la mente del hombre, quien por su propia razón y fuerza no puede creer en Jesucristo, su Señor, y así obra la fe en el Redentor.

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