Aunque hablo, mi dolor no se calma, si él da rienda suelta a su miseria, no le hace ningún bien, es decir, con tan pobres consoladores a la mano; y aunque me abstenga, ¿qué me alivian? Si desiste de hablar, su dolor no desaparece y sus amigos no sienten más verdadera simpatía por él que antes. Su actitud despiadada es la de muchos otros de su especie, cuya misma simpatía por los desdichados tiene una cualidad cortante, que duele más que reconforta.

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