Y sucedió que cuando Josué estaba junto a Jericó, mientras los hijos de Israel estaban acampados en Gilgal, aparentemente Josué, que estaba ocupado en profunda meditación y oración a Jehová, alzó los ojos y miró, y he aquí, allí estaba un hombre frente a él con Su espada desenvainada en Su mano, sacada de la vaina y lista para el matadero. Ese era el Príncipe de la hueste de ángeles, el gran Ángel del Señor, el Ángel del Pacto, de una esencia con el Señor mismo, que había acompañado a Israel desde Egipto y desde el Sinaí. Y Josué se acercó a él y le dijo: ¿Estás con nosotros o con nuestros adversarios? Era una pregunta natural en las circunstancias y apropiada para el general de las fuerzas de Israel.

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