Dijeron, pues, entre sí: No la rasguemos, sino echemos suertes sobre aquél de quien será, para que se cumpliera la Escritura que dice: Se repartieron entre ellos mis vestidos, y echaron suertes sobre mi vestidura. Por tanto, estas cosas las hicieron los soldados.

Juan registra aquí los sucesos que ocurrieron bajo la cruz; en primer lugar lo que hicieron los soldados. Estos hombres no tenían ningún interés personal en su víctima; que lo crucificaran era simplemente una parte del trabajo del día. Y ahora procedieron a hacer uso del privilegio que les concedía la antigua costumbre. Parece que los criminales condenados a muerte por crucifixión fueron clavados en la cruz completamente desnudos o casi, con un taparrabos como máximo.

Entonces los soldados tomaron las ropas de Jesús, el manto superior, el cinto, las sandalias, quizás la camisa de lino, y las dividieron en cuatro partes, según el número de hombres que habían sido asignados para atender esta obra. Pero la prenda interior, la túnica, permaneció después de que se distribuyeron todas las demás prendas de vestir. No podían cortarlo sin estropearlo, ya que estaba sin costuras, sin coser y tejido en una sola pieza de arriba a abajo, probablemente obra de manos amorosas.

Entonces los soldados decidieron deshacerse de él echando suertes; se hizo el premio en un juego de azar. Y aquí de nuevo, como en tantos puntos relacionados con la historia de la Pasión, el juego de azar no fue el resultado de la casualidad, sino que sucedió de acuerdo con la profecía del salmista, Salmo 22:18 . De este mismo incidente, el Mesías, hablando por boca de David, mil años antes, había dicho: Se repartieron mis vestidos entre sí, y sobre mi túnica echaron suertes.

Aquí se indicó claramente, como escribe Lutero, que Cristo había pagado la pena por completo. Todo lo que tenía, su cuerpo, su vida, su propia ropa, lo entregó por amor a los pecadores, a fin de ganar la salvación para ellos. Pero los soldados, jugando como estaban bajo la misma cruz de su Salvador, son una imagen adecuada del mundo frívolo, desperdiciando sus oportunidades de salvación casi a la sombra de la cruz que apunta hacia arriba.

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