v. 3. El que guarda su boca, de quien no salen palabras malas y pecaminosas, guarda su vida; pero el que abre bien los labios, permitiendo que los malos pensamientos de su corazón se expresen en forma de discursos malignos, tendrá destrucción, trayendo sobre sí mismo la consecuencia inevitable de su necia o pecaminosa indiscreción.

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