v. 32. El impío es expulsado en su maldad, es decir, si la desgracia, la ruina y la muerte golpean al impío, es barrido de repente, expulsado violentamente de esta vida; pero el justo tiene esperanza en su muerte, está confiado incluso en la hora de la muerte, porque el futuro más allá de la tumba no le depara ningún terror, ya que él confía únicamente en la misericordia del Señor.

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