Mi alma anhela, con intenso deseo, sí, incluso se desmaya, exhausta y casi reseca de sed espiritual, por los atrios del Señor, donde la congregación se reunió para adorar; mi corazón y mi carne claman por el Dios vivo, con júbilo y regocijo en medio de su dolor, ante la perspectiva de estar en la presencia del Señor una vez más.

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