Ezequiel 2:1-11
1 Y me dijo: “Oh hijo de hombre, ponte en pie, y hablaré contigo”.
2 Mientras él me hablaba, entró en mí el Espíritu y me puso sobre mis pies, y oí al que me hablaba.
3 Y me dijo: “Oh hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se ha rebelado contra mí. Tanto ellos como sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día.
4 Yo te envío a esta gente de rostro endurecido y de corazón empedernido. Y les dirás: ‘Así ha dicho el SEÑOR Dios’.
5 Ya sea que ellos escuchen o que dejen de escuchar (porque son una casa rebelde), sabrán que ha habido un profeta entre ellos.
6 Pero tú, oh hijo de hombre, no temas; no temas de ellos ni de sus palabras. Aunque te halles entre zarzas y espinos, y habites entre escorpiones, no temas de sus palabras ni te atemorices ante ellos; porque son una casa rebelde.
7 Tú, pues, les hablarás mis palabras, ya sea que escuchen o dejen de escuchar, porque son una casa rebelde.
8 Pero tú, oh hijo de hombre, escucha lo que yo te hablo. No seas rebelde como esa casa rebelde; abre tu boca y come lo que yo te doy”.
9 Entonces miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de pergamino.
10 Lo extendió delante de mí, y he aquí que estaba escrito por el derecho y por el revés. En él estaban escritos lamentaciones, gemidos y ayes.
una dura comisión
La gente era insolente y dura de corazón; sus palabras como zarzas y espinas; su habla como veneno de escorpiones; pero el profeta recibió el encargo de continuar con su misión divina, sin dejarse intimidar por la oposición de ellos. En tales circunstancias, debemos estar seguros de que así dice el Señor . Pero nadie puede oponerse a la continua oposición de sus semejantes, a menos que sus fuerzas se renueven, como las de Ezequiel, al comer lo que Dios da.
Abre tu boca y come lo que yo te doy , Ezequiel 2:8 . Consideremos especialmente las denuncias divinas del pecado, para que nuestras palabras sean más afiladas que cualquier espada de dos filos. Nada nos hace tan fuertes como alimentarnos perpetuamente del rollo del Libro, y especialmente de la Palabra dentro de las palabras. Debemos comer la carne y beber de la vida del Hijo del Hombre, si podemos ocuparnos correctamente de las necesidades de los hijos de los hombres.