Jeremias 9:1-16
1 ¡Quién me diera que mi cabeza fuera agua y mis ojos manantial de lágrimas, para que llorara día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo!
2 ¡Quién me diera una posada de caminantes en medio del desierto, para abandonar a mi pueblo e irme de ellos! Porque todos ellos son unos adúlteros, una asamblea de traidores.
3 Dispusieron su lengua como arco; se hicieron fuertes en la tierra para el engaño, no para la fidelidad. “Procedieron de mal en mal y no me han conocido, dice el SEÑOR.
4 ¡Cuídese cada uno de su prójimo! En ningún hermano tenga confianza; todo hermano suplanta, y todo prójimo anda calumniando.
5 Cada uno engaña a su prójimo, y no hablan verdad; enseñan su lengua para hablar mentira. Se han pervertido hasta el cansancio.
6 Su morada está en medio del engaño y a causa del engaño rehúsan conocerme”, dice el SEÑOR.
7 Por tanto, así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos: “He aquí que yo los fundiré y los probaré. Pues, ¿de qué otro modo he de proceder con la hija de mi pueblo?
8 Flecha asesina es la lengua de ellos; hablan engaño. Con su boca habla de paz a su prójimo, pero dentro de sí pone emboscada.
9 ¿No habré de castigarlos por esto?, dice el SEÑOR. ¿No tomará venganza mi alma de una nación como esta?”.
10 Prorrumpiré en llanto y lamento por los montes, en canto fúnebre por los pastizales del desierto. Porque han sido devastados hasta no quedar quien pase ni se escucha el mugido del ganado. Desde las aves del cielo hasta el ganado huirán y se irán.
11 “Yo convertiré a Jerusalén en montones de piedras y en guarida de chacales. Convertiré las ciudades de Judá en una desolación, sin habitantes”.
12 ¿Quién es el hombre sabio que entienda esto? ¿A quién ha hablado la boca del SEÑOR, de manera que lo pueda declarar? ¿Por qué ha perecido la tierra y ha sido devastada cual desierto, de modo que nadie pase por ella?
13 Y el SEÑOR dijo: “Porque dejaron mi ley, la cual puse delante de ellos. No obedecieron mi voz ni caminaron conforme a ella.
14 Más bien, fueron tras la porfía de sus corazones y tras los Baales, como sus padres les enseñaron.
15 Por tanto, así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos, Dios de Israel, he aquí que haré comer ajenjo a este pueblo; los haré beber aguas envenenadas.
16 Los esparciré entre naciones que ni ellos ni sus padres conocieron. Y enviaré tras ellos la espada, hasta que yo los extermine.
Perversidad nacional
Una vez la voz de alegría y acción de gracias se había escuchado en Jerusalén, pero ahora por todos lados había derramamiento de sangre, y el patriota-profeta solo podía llorar incesantemente por los muertos. Un albergue en el desierto parecía preferible a la mansión más lujosa de la ciudad. La soledad sería mejor que la asociación con los impíos perpetradores de tales crímenes. Sin embargo, no debemos salir de la refriega mientras nuestro Capitán quiera que permanezcamos en ella, dependiendo de él.
¡Qué descripción tan magnífica del efecto de los juicios de Dios sobre la tierra! Ningún pájaro, ninguna bestia, ningún mugido de ganado, sino chacales que brincan sobre las ruinas de Jerusalén. Por muy rápido que cerremos nuestras puertas y ventanas, la muerte entra en nuestros hogares. Ni el palacio ni la cabaña están exentos. No hay escapatoria para jóvenes o ancianos de los juicios de Dios, excepto en la penitencia y la fe. El secreto de la decadencia y el derrocamiento nacionales es el mismo en todas las épocas.
El árbol está podrido en el núcleo antes de caer bajo el huracán. Vayamos a 1 Corintios 1:18 , que pertenece a este capítulo, y aprendamos lo poco que la sabiduría y el poder del mundo pueden servirnos en la hora terrible de la desolación universal. Ponte de pie con el Crucificado y gloria en Su Cruz; siéntete contento de llevar Su oprobio y vergüenza, para que puedas llegar a ser un hijo de la Resurrección y ser considerado digno de escapar de las cosas que deben suceder, y finalmente estar delante de Él.