1 Juan 3:1-24
1 Miren cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos! Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él.
2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero sabemos que, cuando él sea manifestado, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es.
3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él también es puro.
4 Todo aquel que comete pecado también infringe la ley, pues el pecado es infracción de la ley.
5 Y ustedes saben que él fue manifestado para quitar los pecados y que en él no hay pecado.
6 Todo aquel que permanece en él no continúa pecando. Todo aquel que sigue pecando no lo ha visto ni le ha conocido.
7 Hijitos, nadie los engañe. El que practica justicia es justo, como él es justo.
8 El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo.
9 Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios.
10 En esto se revelan los hijos de Dios y los hijos del diablo: Todo aquel que no practica justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.
11 Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros.
12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano eran justas.
13 Y no se maravillen, hermanos, si el mundo los aborrece.
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte.
15 Todo aquel que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciendo en él.
16 En esto hemos conocido el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestra vida por los hermanos.
17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve que su hermano padece necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo morará el amor de Dios en él?
18 Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.
19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos nuestro corazón confiado delante de él;
20 en caso de que nuestro corazón nos reprenda, mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas.
21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza delante de Dios;
22 y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de él porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él.
23 Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha mandado.
24 Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y por esto sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.
La carta pasó ahora a una discusión sobre la comunión de los santos con Dios como amor. La esperanza nacida del amor tendrá como resultado inevitable la purificación de quienes la poseen. El apóstol muestra que en Cristo no hay necesidad de que nadie peque, y que si uno lo hace, viola el principio de vida mismo que lo convierte en un hijo de Dios. La prueba de la comunión con Dios como amor, por lo tanto, se encuentra en la rectitud de conducta y el amor manifestado hacia nuestros hermanos.
El resultado de esa comunión con Dios como el amor será inevitablemente el odio del mundo hacia nosotros. El amor de Dios por el hombre es espiritual y perfecto, y conforme a la luz, que siempre reprende el pecado. Es este elemento el que despierta el odio de los hombres. No obstante esto, el odio del mundo debe ser respondido con amor, y eso se expresa incluso en asuntos materiales. Nuestro amor debe ser de hecho y de verdad, más que de palabra y con la lengua.
La prueba por la cual podemos saber que somos de la verdad es un corazón en reposo ante Dios. La duda o la incertidumbre mental siempre producen daño. La valentía hacia Dios es el resultado de una experiencia tranquila y pacífica. El lugar de paz y poder permanece en Él. Permanecer en él significa obediencia: "el que guarda sus mandamientos, permanece en él". El apóstol nombra los mandamientos. Son dos en número e incluyen todos los demás asuntos. La primera es que debemos creer en Jesucristo, y la segunda es que debemos amarnos unos a otros.