La carta pasó ahora a una discusión sobre la comunión de los santos con Dios como amor. La esperanza nacida del amor tendrá como resultado inevitable la purificación de quienes la poseen. El apóstol muestra que en Cristo no hay necesidad de que nadie peque, y que si uno lo hace, viola el principio de vida mismo que lo convierte en un hijo de Dios. La prueba de la comunión con Dios como amor, por lo tanto, se encuentra en la rectitud de conducta y el amor manifestado hacia nuestros hermanos.

El resultado de esa comunión con Dios como el amor será inevitablemente el odio del mundo hacia nosotros. El amor de Dios por el hombre es espiritual y perfecto, y conforme a la luz, que siempre reprende el pecado. Es este elemento el que despierta el odio de los hombres. No obstante esto, el odio del mundo debe ser respondido con amor, y eso se expresa incluso en asuntos materiales. Nuestro amor debe ser de hecho y de verdad, más que de palabra y con la lengua.

La prueba por la cual podemos saber que somos de la verdad es un corazón en reposo ante Dios. La duda o la incertidumbre mental siempre producen daño. La valentía hacia Dios es el resultado de una experiencia tranquila y pacífica. El lugar de paz y poder permanece en Él. Permanecer en él significa obediencia: "el que guarda sus mandamientos, permanece en él". El apóstol nombra los mandamientos. Son dos en número e incluyen todos los demás asuntos. La primera es que debemos creer en Jesucristo, y la segunda es que debemos amarnos unos a otros.

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