Finalmente, el apóstol procedió a fortalecer a sus hermanos para el conflicto. El primer asunto que se trató fue el orden general de la Iglesia. Ordenó a los ancianos que cuidaran del rebaño. Su oficina es doble, para atender o alimentar, y para vigilar atentamente. No deben enseñorearse del rebaño, sino que deben servir al rebaño, no, en verdad, como bajo la autoridad del rebaño, sino bajo la del Señor y Amo, el Pastor Principal. Los más jóvenes deben estar en sujeción, y ese es siempre en la Iglesia de Dios el lugar de honor. Que haya humildad, y más allá de eso, no ansiedad, porque "Dios se preocupa".

Habiendo abordado así el orden de la Iglesia, el apóstol se volvió hacia el conflicto. Se nombra al adversario y se describe su método. No es descuidado ni neutral. Su negocio es la destrucción de todo bien. Busca a quien devorar. La actitud del cristiano hacia este enemigo debe ser sobriedad y vigilancia, conflicto real, firmeza en la fe. El soldado nunca debe estar fuera de servicio. La búsqueda del enemigo debe responderse observando al santo. Además, debe haber una lucha real, y eso solo puede ser cuando el soldado se mantiene firme y fuerte en la fe.

En conclusión, se da un incentivo muy hermoso para luchar. No estamos solos. Todos nuestros hermanos en el mundo están peleando. Nuestra batalla no es meramente nuestra. También es de ellos. Ellos luchan por nosotros y nosotros por ellos. Nuestra derrota los perjudica tanto a ellos como a nosotros mismos. La epístola se cierra con unas palabras personales y la bendición final de la paz.

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