Este capítulo nos da la historia que quizás revela más gráficamente la sencillez y el esplendor de la fe de Josafat. Su reino se vio amenazado por una poderosa y terrible invasión. En su extremo, reunió a su gente a su alrededor y oró. La oración es una poderosa efusión de su conciencia de necesidad. Rogó, como lo hacen los hombres cuando tienen necesidad de presentarse ante Dios, recordó las evidencias pasadas de la fidelidad de Jehová y, al confesar su incapacidad para hacer frente al peligro, le pidió ayuda a Dios.

Es una gran imagen, este rey rodeado por la nación, hombres con sus esposas e hijos. La respuesta no se demoró. El Espíritu de Dios descendió sobre Jahaziel, y la respuesta fue el anuncio de que todo lo que Judá tenía que hacer era quedarse quieto y ver la salvación del Señor. Luego siguió la adoración unida del pueblo y el canto solemne de alabanza a Dios. La confusión cayó sobre el enemigo, sin que Judá le diera un golpe.

Fue un momento brillante de luz en medio de la oscuridad. Una vez más, el brazo del Señor actuó a favor de su pueblo tan definitivamente como cuando en la antigüedad rompió el poder de Egipto y dividió el mar, llevando a los hebreos del cautiverio a la libertad.

Los versículos finales del capítulo contienen una breve declaración de otro lapso más, en el que Josafat hizo alianzas comerciales con Ocozías, rey de Israel. Sus empresas no tuvieron éxito porque Dios rompió sus barcos en pedazos.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad