El apóstol ahora declaró claramente el orden de los eventos relacionados con la segunda venida de Jesús. Primero anunció la distinción entre las dos cosas que evidentemente eran confusas: "la venida de nuestro Señor Jesucristo" y "el día del Señor". Porque primero deben esperar, porque será la ocasión de la reunión de los santos para Él. El segundo no puede llegar hasta que se hayan cumplido algunos otros asuntos.

Él les advierte seriamente que no confundan la esperanza de la venida de Jesús con el hecho de Su manifestación al mundo, en la cual "el Día del Señor" será introducido. Las señales de ese Día serán una apostasía, y, finalmente, la manifestación del mal en una persona a la que ahora describe.

Habiéndose referido así a esa manifestación del hombre de pecado, el apóstol describió la situación entonces presente de los asuntos, condición que, dicho sea de paso, permanece hasta este momento. Dos fuerzas están en conflicto. A uno lo describió como "el misterio de la iniquidad" y al otro como "El que refrena". El primero es el espíritu esencial del mal. Se describe como un misterio debido al método secreto y sutil de su funcionamiento.

La otra fuerza se conoce como Persona. Esa Persona está controlando el misterio de la anarquía. Claramente, la referencia es a la obra del Espíritu Santo. Esto continuará hasta que el Espíritu sea "quitado del camino". Ésa será la ocasión para que el mal se dirija a una persona, y así también la ocasión de la revelación de Jesús y la destrucción del hombre de pecado. El apóstol ordenó a los tesalonicenses que "permanezcan firmes y mantengan las tradiciones".

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