En conclusión, el apóstol los instó a orar por él para que la predicación de la Palabra en otros lugares fuera con poder y victoria. Afirmó su confianza en ellos y expresó su deseo de que tuvieran paciencia continua.

De una manera muy práctica, reprendió a los que estaban descuidando su llamado terrenal, haciéndose responsables del cuidado de los demás. Como no se había apartado de la vocación ordinaria de su vida mientras les ministraba la Palabra, era de suma importancia que siguieran la misma regla. La verdadera actitud de "esperar al Hijo" es la fidelidad siempre incesante a todas las responsabilidades del presente.

En vista de esto, el apóstol estableció el principio de que "si alguno no trabaja, no coma". Cualquier visión de la vida que haga que el trabajo sea desagradable y provoque su descuido es erróneo.

La carta se cierra con las palabras de tierno deseo del apóstol por estos cristianos tesalonicenses. No se olvida de sus turbulentas circunstancias y desea supremamente la paz para ellos. Sin embargo, para él, la paz está asociada únicamente con el señorío de Jesús, de quien aquí habla como el "Señor de la paz", y cuya presencia él evidentemente considera que asegurará a los tesalonicenses esa misma bendición.

El saludo personal y la declaración del apóstol de que tal firma es garantía de la autenticidad de sus escritos fueron para salvaguardarlos contra comunicaciones espúreas, como las que les habían causado problemas en el asunto del Adviento. Se agrega una pequeña palabra en esta bendición final en comparación con su forma en la primera epístola. Es la palabra "todos". Así, el apóstol acoge a los que había estado reprendiendo y corrigiendo, y así revela la grandeza de su corazón y su amor.

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