Habiendo repetido así las grandes palabras de la Ley y llamado al pueblo a la obediencia, Moisés procedió a ocuparse de los estatutos y juicios, y, primero, los estatutos.

Al tratar con estos, comenzó con el verdadero lugar de adoración. Les acusó solemnemente cuál debía ser su actitud hacia los falsos lugares de adoración cuando entraran en la tierra. Debían ser completamente destruidos sin piedad y sin perdón.

Entonces Moisés puso en marcado contraste su actitud hacia el verdadero lugar de adoración, comenzando con las palabras: "No haréis así a Jehová vuestro Dios". Debían buscar seriamente el lugar de Su designación.

Luego procedió a enfatizar esto más particularmente. La asistencia del pueblo al centro de culto que se designaría en la tierra era obligatoria. Durante el período del desierto evidentemente había habido cierta laxitud en este asunto; porque dijo: "No haréis después de todas las cosas que hacéis aquí hoy, cada cual lo que le parece bien a sus ojos". Evidentemente, esto se refería a cuestiones de culto y, por lo tanto, se les acusó solemnemente de que en la tierra debía haber una asistencia regular al lugar del nombramiento divino.

Ningún culto en el hogar debía sustituirse al culto público. No obstante, se tomaron algunas disposiciones para quienes pudieran vivir a distancia.

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