A partir de este estudio general, el predicador volvió a examinar la condición de los seres que había descrito como no mejores que las bestias. Los miró, los vio en sufrimiento y llegó a la conclusión de que la muerte o la inexistencia es preferible a la vida. Declaró, además, que el trabajo no vale nada, ya que produce envidia y esfuerzo. Esto lo lleva aún más a declarar la vanidad del éxito en tales condiciones.

El hombre rico está solo, y en su soledad está más desamparado que los pobres, que aún tienen camaradas. Y, finalmente, esto lo llevó a declarar el vacío de la realeza. El viejo rey que se ha vuelto insensato es apartado para el joven que aún es pobre y sabio. Esta última reflexión no es de satisfacción, sino de cínica desesperación, porque el predicador declara: "Esto también es vanidad y andar tras el viento".

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