Hechos 9:1-43
1 Entonces Saulo, respirando aún amenazas y homicidio contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote
2 y le pidió cartas para las sinagogas en Damasco, con el fin de llevar preso a Jerusalén a cualquiera que hallara del Camino, fuera hombre o mujer.
3 Mientras iba de viaje, llegando cerca de Damasco, aconteció de repente que le rodeó un resplandor de luz desde el cielo.
4 Él cayó en tierra y oyó una voz que le decía: — Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
5 Y él dijo: — ¿Quién eres, Señor? Y él respondió: — Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
6 Pero levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que te es preciso hacer.
7 Los hombres que iban con Saulo habían quedado de pie, enmudecidos. A la verdad, oían la voz, pero no veían a nadie.
8 Entonces Saulo fue levantado del suelo, y aun con los ojos abiertos no veía nada. Así que, guiándole de la mano, le condujeron a Damasco.
9 Por tres días estuvo sin ver, y no comió ni bebió.
10 Había cierto discípulo en Damasco llamado Ananías, y el Señor le dijo en visión: — Ananías. Él respondió: — Heme aquí, Señor.
11 El Señor le dijo: — Levántate, ve a la calle que se llama La Derecha y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo de Tarso; porque he aquí él está orando,
12 y en una visión ha visto a un hombre llamado Ananías que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.
13 Entonces Ananías respondió: — Señor, he oído a muchos hablar acerca de este hombre, y de cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén.
14 Aun aquí tiene autoridad de parte de los principales sacerdotes para tomar presos a todos los que invocan tu nombre.
15 Y le dijo el Señor: — Ve, porque este hombre me es un instrumento escogido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel.
16 Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.
17 Entonces Ananías fue y entró en la casa; le puso las manos encima y dijo: — Saulo, hermano, el Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recuperes la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
18 De inmediato le cayó de los ojos algo como escamas, y volvió a ver. Se levantó y fue bautizado;
19 y habiendo comido, recuperó las fuerzas.
20 Y en seguida predicaba a Jesús en las sinagogas, diciendo: — Este es el Hijo de Dios.
21 Todos los que le oían estaban atónitos y decían: — ¿No es este el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre? ¿Y no ha venido acá para eso mismo, para llevarles presos ante los principales sacerdotes?
22 Pero Saulo se fortalecía aún más y confundía a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo.
23 Pasados muchos días, los judíos consultaron entre sí para matarle;
24 pero sus asechanzas fueron conocidas por Saulo. Y guardaban aun las puertas de la ciudad de día y de noche para matarle.
25 Entonces sus discípulos tomaron a Saulo de noche y le bajaron por el muro en una canasta.
26 Cuando fue a Jerusalén, intentaba juntarse con los discípulos; y todos le tenían miedo, porque no creían que fuera discípulo.
27 Pero Bernabé le recibió y le llevó a los apóstoles. Les contó cómo había visto al Señor en el camino, y que había hablado con él, y cómo en Damasco había predicado con valentía en el nombre de Jesús.
28 Así entraba y salía con ellos en Jerusalén,
29 predicando con valentía en el nombre del Señor. Hablaba y discutía con los helenistas, pero ellos procuraban matarle.
30 Luego, cuando los hermanos lo supieron, le acompañaron hasta Cesarea y le enviaron a Tarso.
31 Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba.
32 Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida.
33 Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico.
34 Pedro le dijo: “Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama”. De inmediato se levantó,
35 y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor.
36 Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía.
37 Aconteció en aquellos días que ella se enfermó y murió. Después de lavarla, la pusieron en una sala del piso superior.
38 Como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: “No tardes en venir hasta nosotros”.
39 Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Cuando llegó, le llevaron a la sala y le rodearon todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas.
40 Después de sacar fuera a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: “¡Tabita, levántate!”. Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó.
41 Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva.
42 Esto fue conocido en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor.
43 Pedro se quedó muchos días en Jope, en casa de un tal Simón, curtidor.
La oposición, cuyo líder parece haber sido Saúl, continuó. Armado con cartas del sumo sacerdote, intentó poner fin a la herejía nazarena. Fue en su viaje con esta intención que fue arrestado por Cristo. La acción de Ananías se destaca como la revelación de un hombre dispuesto a recibir el mandato de su Señor, y llevarlo a cabo sin vacilación y con todo amor fraterno.
La importancia que tuvo la aprehensión de Saulo se hace evidente de inmediato. Se dedicó por completo al servicio de su nuevo Señor. Este cambio de actitud en el hombre necesariamente resultó en un cambio de actitud hacia él. El perseguidor se convirtió en perseguido. Cuando, después de un lapso de tiempo, Pablo llegó a Jerusalén, los discípulos cristianos le tenían miedo, pero Bernabé estaba a su lado.
En este punto, el libro vuelve a Peter. Se registran dos incidentes, uno en Lida, donde Eneas fue sanado; el otro en Jope, donde Dorcas resucitó de entre los muertos. Este párrafo termina con un anuncio significativo. Pedro se quedó muchos días en Jope con un tal Simón, un curtidor. La vocación del curtidor era absolutamente repugnante para el judío, y el hecho de que Pedro estuviera dispuesto a quedarse en su casa es una señal de que en espíritu ya estaba aprendiendo la lección de cómo el mero exclusivismo nacional estaba llegando a su fin en la economía de Cristo. .