Habiendo anunciado así la majestad de Jehová, el profeta procede a pronunciar su manifiesto general. Esto ocupa los capítulos cuarenta y uno y cuarenta y dos. En el capítulo cuarenta y uno, Jehová desafía a la isla y al pueblo a acercarse al juicio, es decir, a considerar lo que Él tiene que decir. Él declara que Él, y solo Él, ha levantado al de Oriente cuyo progreso es victorioso. Se describe la confederación del pueblo contra Ciro, y luego el profeta declara el propósito de paz de Jehová para Israel.

Israel es el siervo de Dios escogido y guardado, defendido contra los enemigos, y el profeta predice la restauración final del pueblo elegido. Nuevamente desafía a los enemigos a que prueben su poder mediante declaraciones proféticas.

Finalmente, Jehová declara que es Él el único que puede levantar al libertador o declarar de antemano el hecho de Su venida. Todo el movimiento de este capítulo es un desafío preparatorio para la presentación del Siervo de Dios. Tiene la intención de mostrar que, sin Jehová, el pueblo no puede conocer el curso de los acontecimientos, ni puede producir uno lo suficientemente fuerte como para obrar liberación. Se abre con el mandamiento de guardar silencio en la presencia de Dios y se cierra con una declaración de la debilidad y vanidad de todos los que se oponen.

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