Este capítulo constituye una interpolación en el orden cronológico de las profecías de Jeremías. En detalle, cuenta la historia de la escritura de las palabras de Jeremías en un libro al que había hecho referencia incidentalmente en su introducción a las profecías de esperanza. El mandato le había llegado en el cuarto año del reinado de Joacim. Había llamado a Baruc, a quien había encomendado la escritura de compra del campo en Anatot, y le había dictado todas las palabras que Jehová le había encomendado, ordenándole, cuando las había escrito, que entrara en la casa de Jehová el día siguiente. el día de ayuno y léalos a oídos del pueblo. Debía hacer esto porque Jeremías no podía ir.

En el quinto año del reinado de Joacim, Baruc leyó estas palabras en un ayuno proclamado por el pueblo. Micaías, que escuchó la lectura, entró en la asamblea de los príncipes y les contó lo que había oído. Enviaron a Jehudi para que les trajera a Baruc. Vino y les leyó las mismas palabras. Tras despedir a Baruc y encargarle que se escondiera con Jeremías, se quedaron con el rollo y le dijeron al rey de su contenido.

Por fin, Jehudi se lo leyó al rey, quien lo mutiló enojado y lo quemó en el brasero. Es posible mutilar e incluso destruir una escritura sagrada, pero no es posible invalidar ninguna palabra de Jehová. De nuevo Jeremías dictó los mensajes a Baruc, añadiéndoles muchas palabras, de modo que la escritura se perpetuó, pero Joacim estaba condenado.

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