"Si alguno dice: Amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto".

El resultado es que amaremos a todos los que son verdaderos hermanos en Cristo, aquellos que son de la verdad y la hablan. Porque comparten el amor que disfrutamos, y ellos también están en Su amor. Y ellos nos ministran de Cristo, como deberíamos ministrarles a ellos. ¿No deben estar entonces en nuestro amor, que él ha producido en nosotros? Sería una contradicción imposible estar lleno del amor de Dios y no amar a quienes Dios ama.

Por tanto, si un hombre dice: "Amo a Dios", pero odia a su hermano, es un mentiroso. Es decir, no ama a Dios. Esta es la prueba del anticristo y de la falsa enseñanza. No aman a los hermanos porque los hermanos exponen su falsa enseñanza por lo que es y se niegan a tolerar sus fantasías.

Aquellos que son nuestros hermanos en Cristo son de hecho lo que realmente vemos de Dios. Su trabajo actúa dentro de ellos como en nosotros. Su trabajo se realiza a través de ellos. Cada miembro tiene su parte que desempeñar, y sin cada miembro no estamos completos. Si entonces no los amamos (nos proponemos bien para ellos y buscamos su bien y nos regocijamos en la verdad que compartimos con ellos), entonces no amamos al Dios invisible que habita dentro de ellos, ni somos conscientes del propósito para el cual Él nos ha llamado.

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