Comentario bíblico del sermón
Deuteronomio 18:15
La historia de Moisés es valiosa para los cristianos, no solo por darnos un modelo de fidelidad hacia Dios, de gran firmeza y gran mansedumbre, sino también por brindarnos un tipo o figura de nuestro Salvador Cristo. Consideremos en qué aspectos Moisés se parecía a Cristo.
I. Si examinamos la historia general de los israelitas, encontraremos que es una imagen de la historia del hombre tal como nos la muestra el Evangelio, y que en ella Moisés ocupa el lugar de Cristo. Nacimos en un Egipto espiritual, una tierra de extraños. Satanás es un tirano sobre nosotros y parece inútil rebelarse. Cristo es un segundo Moisés, y más grande que él, en la medida en que Cristo conduce del infierno al cielo, como Moisés llevó a los israelitas de Egipto a Canaán.
II. Cristo nos revela la voluntad de Dios, como Moisés lo hizo con los israelitas. Él es nuestro Profeta y nuestro Redentor. A pesar de lo favorecido que era, Moisés no vio la verdadera presencia de Dios. La carne y la sangre no pueden verlo. Pero Cristo realmente vio, y siempre vio, el rostro de Dios, porque no era criatura de Dios, sino el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre. Cristo ha traído de Su Padre para todos nosotros el camino de vida completo y perfecto.
III. Moisés fue el gran intercesor cuando los israelitas pecaron. En esto él oculta al verdadero Mediador entre Dios y el hombre, quien siempre está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros. Moisés fue excluido de la Tierra Prometida, muriendo a la vista, no disfrutando, de Canaán, mientras que el pueblo entró bajo Josué. Esta era una figura de Él que estaba por venir. Nuestro Salvador Cristo murió para que viviéramos; Consintió en perder la luz del semblante de Dios para que pudiéramos obtenerla. Moisés sufrió por su propio pecado; Cristo fue el Cordero de Dios sin mancha. Su muerte es meritoria; realmente ha ganado nuestro perdón.
JH Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. vii., pág. 118.
Referencias: Deuteronomio 18:15 . Revista del clérigo, vol. ix., pág. 27; EH Gifford, Doce conferencias, pág. 151. Deuteronomio 18:15 . Spurgeon, Sermons, vol. xxv., núm. 1487; JG Murphy, El libro de Daniel, pág.
20. Deuteronomio 18:15 . Parker, vol. iv., pág. 273. Deuteronomio 18:18 . J. Hamilton, Works, vol. v., pág. 99.