Éxodo 14:20

La nube guía separó el campamento de Egipto del campamento de Israel. Marchó entre ellos. Para uno era la presencia de Dios, alentando el abatimiento, consolando la debilidad, garantizando la victoria; para el otro era una aparición desconcertante, desconcertante, irritante, presagiando que no sabían qué, pero esto en todo caso, que Israel tenía un amigo, un guía, un consolador, y debían conducir tras él sus carros de tierra, con tales esperanza y el poder que la tierra luchando contra el cielo puede reunir.

I. Cada palabra de Dios es a la vez nube y oscuridad para Egipto y luz nocturna para Israel. En lo que respecta a la revelación, es para los creyentes lo que se llama a sí misma una luz y una lámpara. Los verdaderos misterios de nuestro ser estaban allí antes de la revelación: el misterio de la vida, el misterio de la muerte, el misterio de un Dios omnipotente resistido y el misterio de un Dios santo coexistente con el mal. Cualquier cosa que haga la revelación en referencia a estos misterios aborígenes va en la dirección de la explicación.

II. El Domingo de la Trinidad es, en un sentido especial, la Fiesta del Apocalipsis. Trinidad y unidad no son contrarios. La palabra Trinidad se inventó para preservar la unidad. Trinidad es tri-unidad. La doctrina de la Trinidad es esta: que la Sagrada Escritura, aunque se aferra tenazmente a la unidad, nos presenta a nuestro Señor Jesucristo como el mismo Dios, y nos presenta el Espíritu Santo de Dios, no como una cosa, sino como un Persona.

Deja fuera de vista por una hora la Divinidad de Jesús, y las tinieblas se posan de nuevo sobre el alma que Él murió, la cual Él vive para redimir. Deja fuera de vista por una hora la personalidad del Espíritu, y las tinieblas se posan de nuevo sobre el alma de la cual Él es la Luz, porque es la Vida. Podemos soñar con indiferencia o holgazanear sin propósito; pero cuando se nos propone una obra, y debemos hacerla o morir, entonces queremos esa ayuda, y debemos tenerla, que solo una Trinidad en unidad puede proporcionar.

CJ Vaughan, Half Hours in the Temple Church, pág. 143; también Good Words, 1870, pág. 747.

Referencia: T. Arnold, Sermons, vol. v., pág. 114.

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