Génesis 24:63

Meditar era para Isaac lo mismo que para nosotros. Bajo todos los cielos, en todos los tiempos, el pensamiento ha fluído por el mismo canal y ha observado las mismas leyes. Son aquellos que aman la meditación los que están más abiertos a las impresiones de la naturaleza. Es el ojo abierto ante el cual pasa la visión. Aviso:

I. El hombre que medita. Las meditaciones de Isaac serían muy diferentes de las de un carácter más conmovedor y enérgico; sobre todo, muy diferentes a los de un mero seglar. Las meditaciones de un hombre son el resultado puro de lo que es. La palabra en sí es sugerente. Significa estar en medio de un asunto, tenerlo en tu mismo centro. No tengas miedo de perderte en la meditación. Cuanto más te pierdas en los grandes temas, mejor.

El sueño es el camino a la realidad, pero deja que sea la realidad, la impresión y los resultados perdurables que estás buscando. La palabra hebrea que aquí se traduce meditar significa también rezar. La meditación de un espíritu devoto sobre casi cualquier cosa pronto se convertirá en oración.

II. Meditación y naturaleza. Isaac salió al campo a meditar. La variedad de la naturaleza nos atrae. Todos tendemos a convertirnos en una prisión, y esto, sacarnos de nosotros mismos es quizás el principal beneficio de la naturaleza. La naturaleza derriba los muros de nuestra prisión. El gorjeo de un pájaro en un arbusto puede emanciparnos. La naturaleza susurra lo sobrenatural y lo fugaz predica lo eterno.

III. Meditación y tiempo. Isaac meditó por la noche. La noche es la hora predilecta de la meditación. El crepúsculo silencioso, con su glamour y misterio, sus largas sombras y su luz moribunda, susurra en el corazón del hombre. La meditación es el crepúsculo del pensamiento. Su región se encuentra entre este mundo y el próximo, entre las ideas definidas y los más tenues anhelos. Nadie ha amado nunca a Cristo profundamente, nadie ha sido fuerte o elevado o puro o profundo de ninguna manera sin la meditación.

J. Leckie, Sermones predicados en Ibrox, pág. 304.

Referencias: Génesis 24:63 . G. Matheson, Momentos en el monte, pág. 267; Spurgeon, Mañana a mañana, pág. 228; W. Meller, Village Homilies, pág. 61. Génesis 24:66 . Parker, vol. i., pág. 246. Génesis 24:67 .

RS Candlish, Libro del Génesis, vol. i., pág. 428; Obispo Thorold, El yugo de Cristo, pág. 247; Preacher's Monthly, vol. vii., pág. 310. Génesis 24 T. Guthrie, Estudios de carácter del Antiguo Testamento, p. 61.

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