Juan 13:37

Las terminaciones de vida retenidas

Hay ciertas condiciones que son para toda buena vida lo mismo que la flor para la planta. Le proporcionan su terminación natural. Coronan sus luchas con un éxito manifiesto. Estas condiciones de paz y placer son el éxito de la vida. Pero cuando la vida, consciente del carácter del cual deberían surgir estas condiciones, descubre que no surgen, se da cuenta de que se detiene al borde de su finalización y no puede florecer, entonces viene el desconcierto, luego vienen los cuestionamientos impacientes y las dudas. Este es el estado de muchas vidas, especialmente en las cosas religiosas.

I. En respuesta a nuestra pregunta "¿Qué significa?" hay dos cosas que decir. El primero es éste: que tal suspensión del resultado legítimo, este fracaso de la flor para completar la planta, muestra sin duda alguna una condición real de desorden. El mundo está roto y desordenado, eso es lo primero que se quiere decir cuando ayudas a los hombres, y ellos te desprecian, cuando los benefactores del mundo son descuidados o despreciados.

Y en segundo lugar, hay una bendición que puede llegar a un hombre incluso si no le niega la finalización legítima de su servicio. Puede devolverlo a la naturaleza del acto mismo y obligarlo a encontrar allí su satisfacción.

II. La planta crece hacia su flor designada, pero antes de que llegue la flor, se pone una mano sobre ella y se retrasa el día de su floración. Las condiciones emocionales y afectivas son la flor natural de las voluntades y las dedicación de nuestra vida. Pero nos decidimos, nos dedicamos, y aunque la profecía y la esperanza comienzan a afirmarse inmediatamente a través de nosotros, el gozo, la paz, la tranquilidad de la seguridad, no llega.

La vida ideal, la vida de la plenitud, nos persigue a todos. En realidad, nada puede perseguirnos excepto aquello de lo que tenemos el principio, la capacidad nativa para, por muy obstaculizada que sea, en nosotros mismos. Jesús no culpa a Pedro cuando le ruega impetuosamente que lo pueda seguir ahora. Le pide que espere y algún día le seguirá. Pero podemos ver que el valor de su espera radica en la certeza de que lo seguirá, y el valor de sus seguidores, cuando llegue, estará en el hecho de que ha esperado.

Entonces, si tomamos toda la cultura de Cristo, estamos seguros de que nuestra vida en la tierra puede recibir ya la inspiración del cielo para el que nos estamos entrenando, y nuestra vida en el cielo puede guardar para siempre la bendición de la tierra en la que fuimos entrenados.

Phillips Brooks, Veinte sermones, pág. 19.

Referencias: Juan 13:37 . Homiletic Quarterly, vol. iv., pág. 416; J. Keble, Sermones de Semana Santa, p. 36. Juan 13:37 ; Juan 13:38 . CC Bartholomew, Sermones principalmente prácticos, pág. 103.

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