Levítico 8:1-2
1 El SEÑOR habló a Moisés diciendo:
2 “Toma a Aarón y con él a sus hijos, y las vestiduras, el aceite de la unción, el novillo para el sacrificio por el pecado, los dos carneros y la cesta de los panes sin levadura.
I. El sacerdocio de los hijos de Aarón pertenece solo al pasado. En su lugar está el gran Sumo Sacerdote de la humanidad, suplicando por todos y sacrificando por todos, él mismo el Sacrificio, santo, sin mancha y separado de los pecadores, entrando dentro del velo, viviendo siempre para interceder por nosotros. En su lugar también está el sacerdocio universal. Lo que Israel se negó a ser, lo que los reyes y profetas desearon ver y no vieron, se ha cumplido en la Iglesia de Cristo. Somos un reino de sacerdotes. Cada uno de nosotros puede ofrecer el sacrificio vivo de cuerpo, alma y espíritu, y el incienso de la oración y la adoración.
II. Sin embargo, esa primera ordenación en la Iglesia del desierto sigue siendo el tipo y modelo de todas las ordenaciones posteriores. La ordenación es nada menos que la solemne dedicación de los hombres a ser siervos del Altísimo, ministros de la Iglesia de Cristo, mayordomos de los misterios de Dios, no sacerdotes mismos, como los hijos de Aarón eran sacerdotes, con las antiguas funciones y el prerrogativas antiguas, pero testigos nombrados del sacerdocio de Cristo, testigos nombrados también del sacerdocio universal, llamados a ser representantes vivos de todo lo que pertenece a la esencia del carácter sacerdotal.
EH Plumptre, Teología y vida, p. 19.
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