Marco 5:20

Apretando a Cristo y tocando a Cristo.

Nota:

I. La gran diferencia, puede ser una diferencia para nosotros como de vida o muerte, entre apiñar a Jesús y tocarlo. La multitud lo apiñó; solo esta mujer fiel lo tocó. No había nada en el ojo externo que pudiera distinguir entre su acción y la de ellos. Pedro y los otros discípulos no vieron nada que distinguiera a esta mujer de cualquier otro miembro de esa multitud ansiosa, inquisitiva y sin ceremonias que se apiñaba a su alrededor, como era su costumbre; de modo que Pedro, que siempre estaba listo, ya veces demasiado listo, con su palabra, está medio inclinado a tomar a su Señor y reprenderlo por hacer esta pregunta: "¿Quién me tocó?" Una pregunta que tenía tan poca razón, ya que toda la multitud se agolpaba y apretaba sobre Él en todo momento y por todos lados.

Pero Cristo reafirma y repite Su afirmación: "Alguien me ha tocado". Él sabía la diferencia, que distingue a la vez, como por un instinto divino, creyendo que uno de los que no creen muchos. Había algo en ella que la ponía en conexión con la gracia, la fuerza, el poder sanador que había en él. ¿Me preguntas qué era esto? Fue la fe. Fue su fe. Vino esperando una bendición, creyendo en la bendición, y así encontró la bendición que esperaba y creía.

Pero esa multitud descuidada que abarrotaba al Señor, solo ansiaba satisfacer su curiosidad y ver qué nueva maravilla haría Él a continuación, ya que no deseaban nada, no esperaban nada de Él, por lo que no obtuvieron nada. Vacíos vinieron y vacíos se fueron.

II. ¿No hay aquí la explicación de mucho, de demasiado, en la vida espiritual de los hombres? Somos de los muchos que apiñan a Jesús, no de los pocos fieles que lo tocan. Llevamos un nombre cristiano; pasamos por una determinada ronda de deberes cristianos; así nos ponemos en contacto exteriormente con el Señor; pero venimos esperando ninguna bendición y, por lo tanto, no obtenemos ninguna bendición. La fe es falta, fe, el hambre divina del alma, el vacío del alma que anhela ser saciado, y creer que se llenará, de la plenitud de Dios, y porque esto es así, por eso no sale virtud de Él. para nosotros; nunca se nos ha dado tocarlo de tal manera que inmediatamente sepamos en nosotros mismos que estamos completos de nuestra plaga.

RC Trench, Sermones en la Abadía de Westminster, pág. 318.

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